Círculo Hermenéutico-S.E.YS.

Las entregas de Rubén Figaredo


El elefante enamorado

El elefante enamorado no es otra cosa que la denominación romántica de una pintura prehistórica de la cueva asturiana de El Pindal. El hecho de que alguna vez pulularon Elephas antiquus por el norte ibérico está refrendado por otra imagen de la cueva cántabra de El Castillo. El paquidermo asturiano muestra un corazón rojo en su paletilla izquierda y de lo que no podía ser otra cosa que las instrucciones básicas para abatir al coloso, señalando su flanco más débil, alguien sacó una viñeta parietal, una fábula de amor animal que se desarrolla en el lejano solutrense. El artista, con un trazo esquemático y gestual, como diría un crítico moderno, pintó a su modelo con dos únicas patas, como un decorado que un soplo de aire podría abatir, tanto más unas lanzas certeras enfocadas en su centro vital, o las flechas del amor imaginadas por el polígrafo decimonónico.

Es un tópico el asombro con el que contemplaríamos la entrada de uno de esos enormes animales en una tienda de cacharros, y con parecido estupor y no menor prudencia, Pedro Rosas, mi amigo y batería (artilugio que no deja de ser un árbol afinado de sofisticados cacharros) y yo mismo con mi bajo sin trastes ni pudor, fuimos invitados a un paseo por el cielo. Los anfitriones fueron el Tapan Group, o lo que es lo mismo, su portavoz Tapan Bhattacharya, tocando las tablas, Rudrajit Battacharya, voz y armonio, y Pankaj Mishra abrazando el Sarangi. El lugar era la espléndida sala del Gallery, y digo era porque al poco de empezar a sonar las notas perfumadas de sándalo y jazmín, el espacio se mudó en redil de nubes y laguna primordial en la que retozaban elefantes enamorados de muchachas núbiles y niños jugando a ser una estrella en el panteón de los dioses menores.

En la prueba de sonido, después de que David, el organizador del concierto, nos presentara, los Tapan nos expusieron delicadamente sus condiciones para entrar en el nirvana y nos dictaron escalas y ritmos que sólo a duras penas podíamos emular. La confluencia de oriente y occidente más bien barruntaba un choque de trenes en vez del beso de una ola en la arena virgen. La cosa no mejoró mucho cuando Tapan me dijo gentilmente que desafinaba y a Pedro que no encontraba el principio del ovillo rítmico.

Al final todo es más sencillo, las escalas no dejan de ser escaleras de sonidos, es lógico que estas fueran empinadas porque nos llevarían muy arriba, y el ritmo es la respiración de la música, ese sexto sentido desconocido que no sabemos subdividir ni matizar porque en occidente solo respiramos para no morirnos asfixiados.

Durante el concierto, Pedro y yo nos sumamos al final, aparte de ensoñar y gozar del paraíso de los elefantes enamorados, me acordé de los cuentos orientales en los que un maestro le pide a su alumno una prueba antes de concederle un determinado conocimiento. Estas tareas siempre me parecieron, al resguardo de mi sillón, deberes sencillos que cumplir, pero en esta ocasión me estaba enfrentando a un examen similar y sólo sentía el mismo pánico del adolescente que quiere saciar a su amada en la primera cita.

Al final mi temor se hizo fluido y me concentré en la apertura de los sentidos más que en la disciplina de mis dedos. Puedo decir que esa media hora de epifanía musical ha sido uno de los momentos musicales más felices y plenos desde que piso un escenario.

Después de saludar a los amigos, Diego, Guzmán y Eduardo, pasamos a degustar la maravillosa cena que Alejandro Urrutia nos había preparado, en ella Tapan me habló de su maestro, ya fallecido.

- Mi gurú siempre decía que el único secreto es el trabajo continuado, cada uno de nosotros posee un diamante y tiene que estar puliéndolo continuamente, no hace falta publicidad, llegará un momento en que su brillo atraerá a alguien que lo querrá comprar. Es lo mismo que el fabricante de perfumes, sólo tiene que dejar correr el aroma y tarde o temprano venderá su mercancía.

El perfume de la brevedad de Augusto Monterroso ya nos había cautivado hacía tiempo y breve fue también el rector cuando dijo:

- Tito ya está en Vetusta.

Y es que, no sé si sabéis que gracias a la generosidad de su viuda, la escritora Bárbara Jacobs y a los buenos oficios y tenacidad de Marta Cureses, la nada exigua biblioteca del genial soñador entre dinosaurios, compuesta por unos 14.000 volúmenes entre los que se prodigan los raros y las primeras ediciones, además de otras joyas de su propiedad como obras de arte, trofeos, cartas privadas, etc., van a formar parte del patrimonio de la Universidad de Oviedo.

En el acto solemne se dieron la mano la razón y el sentimiento, el señor notario y la estética, el agente tributario y el tributo de la gente, la inspectora de aduanas y las emociones de contrabando. Por fin llovió sobre Oviedo y no fueron en este caso sólo gotas, ni fue el Nuberu el ser mítico que apagó la sed de Vetusta sino una hermosa y frágil mujer con quien tuve la fortuna de conversar. Ella nos explicó como Augusto nunca había dejado de ser niño y que por ello estaba siempre asombrado, como estupefactos nos quedamos en estos tiempos de materialismo ante la generosidad pura en forma de legado perenne, que ha de dar sombra a generaciones de estudiantes en cuyos ojos continuará el viaje de ese hondureño que se hizo escritor en Guatemala, que sólo pudo ser libre en Méjico y que ahora en Oviedo se hace eterno.

Monterroso, reverdecido en la voz de Jacobs decía que “lo único malo de irse al cielo es que allí el cielo no se ve.”

Decía Alonso, nuestro correcaminos patrio, que cuando pierdes resultas más simpático, acabo de penetrar en el secreto de mi don de gentes. Es tal vez por eso que el saliente rector Vázquez sin apearse de su magnífico entorchado, ni empañar su trayectoria con una derrota ya que no se presenta al pugilato, me pareció en este asalto más cercano, cuando repartió entre el alivio y la melancolía su estado de ánimo. Yo tengo algún papel firmado de su mano y quizás es la despedida la que hace al dios humano, cuando nos dicen “podéis ir en paz” la frase más dulce de la misa obligatoria.

Tengo que anunciaros que estas entregas ya se han hecho mayores, y todas juntas serán un libro que ya está en la imprenta y nace gracias al empeño de Miguel Ángel Álvarez Areces, timonel de la revista Ábaco y viga maestra de Incuna. La presentación será el próximo día 10 a las 18.30 en el Salón de Actos del Antiguo Instituto Jovellanos, dentro de las actividades de XI Salón del Libro Iberoamericano.

El libro se titula “Ángulos muertos. Nuevas entregas para viajeros” y ni que decir tiene, estáis todos invitados.

Nuestra intención es hacer más presentaciones en otros lugares de las que ya os daremos noticia.

Un abrazo a tod@s.

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Carta a los Caballeros de Livonia

Tallín era para los niños rusos un enclave mágico en el que las brujas rejuvenecían, entre torreones de chocolate y calles empedradas de caramelo. El primer recuerdo que tengo de Estonia era aquel piloto que Tintín y Haddock rescataban en Stock de Coke.

El firmamento norteño se baña en vino tinto para despedir las tardes de otoño, y todas las agujas de Tallin le hacen cosquillas. Su ciudadela medieval, prácticamente intacta, se ofrece como escenario operístico para las aventuras del wagneriano judío errante, que uno se imagina entre toneles de brea y secaderos de arenques. Este era uno de los enclaves principales de la Liga Hanseática, ese experimento de mercado común que tanto hizo por el progreso del norte de Europa. A pesar de llegar a tener su propio parlamento la ausencia de un poder centralizado acabó en el colapso, el mismo que podría terminar con nuestra Unión Europea si las fuerzas que disgregan vencen a las que amalgaman.

La primitiva sociedad pagana, que veneraba a la deidad Tharapita, cedió al empuje del cristianismo en el siglo XIII. Dinamarca que se había apoderado de toda la zona norte les vendió Tallin a los Caballeros de la Orden Teutónica por 19.000 marcos de plata. Estos habían absorbido a la Orden de los caballeros Portaespada o Milicia de Cristo de Livonia. Una fraternidad de monjes-guerreros que obedecían la regla de los templarios e ignoraban olímpicamente a la curia episcopal, tanto que al contrario de sus homólogos sureños, sojuzgados por el papado, abrazaron la causa luterana, como mejor modo para practicar ese cristianismo puro pero despótico y feudal que les caracterizaba.

En esta ciudad nació Wolfgang Köhler, el creador de la gestalterapia y uno de los principales artífices de la teoría de la percepción. Köhler, además de enfrentarse a la camada hitleriana de la cultura, protagonizó la búsqueda tenaz de un equilibrio presente, mediante el fortalecimiento de la conciencia, desplazando en cuanto a resultados a ese escrutinio forense de retales infantiles que es el psicoanálisis. Aquí también nació Alfred Rosenberg el ideólogo nazi que defendía la supremacía aria, y el músico serial Arvö Pärt, cuyas composiciones inspiradas en la aposición sonora de las campanas, le costó la persecución de las autoridades soviéticas que rivalizaban con los nacional-socialistas en la persecución del arte degenerado, rebelde a las leyes tonales.

La cercanía de Estonia a Suecia y Finlandia, además de su escasa población, ha convertido al país en un perfecto banco de pruebas para las multinacionales tecnológicas escandinavas, y un territorio pionero dentro de la sociedad de la información. De hecho, su administración central es la primera que ha abolido el papel. En todos sus procesos electorales los ciudadanos pueden emitir su voto vía Internet, además de acceder en tiempo real a la descripción detallada de los gastos del estado (igual que aquí). Los padres estonios también están conectados con los colegios de sus hijos y pueden participar virtualmente en su educación día a día. Los ciudadanos ya pagan casi cualquier cosa con su teléfono móvil aunque la ciudadanía se le niegue a la cuarta parte de la población, de ascendencia rusa.

Las carreteras son cintas de brillante asfalto robadas al bosque, y el tuberculoso mar Báltico, una cloaca hirviente producto de la era soviética, dibuja una desolada estampa para después del holocausto. La planicie se abre en rutas trazadas a escuadra, que llevan a misteriosos pueblos llenos de consonantes, villorrios que se cronificaron como proscritos para los ojos de los occidentales capitalistas. Las fronteras conservan el mismo perfume a intercambio de espías, surgen del frío rodeadas de tierra de nadie, resguardadas por guardias de leva obligatoria casi quinceañeros. Los uniformes infunden el temor de un viaje al tiempo del absolutismo rojo.

Los suburbios de Riga son un auténtico descenso a los infiernos, un decorado expresionista herrumbroso que parece edificado con los despojos de otras guerras. Mujeres de moño deshilachado cruzan las vías muertas, parecen rusas de las que llegaron aquí como cortafuegos de la identidad letona durante la industrialización estalinista.

Jürmala era una de las estaciones balnearias favoritas de los zares. Una ciudad bifronte, con una fachada marítima sin urbanizar en la que estallan las olas ácidas, como la meada de un Neptuno achacoso. La otra vertiente se refleja en una bella laguna donde las grullas engullen los últimos gusanos antes de partir hacía el sur. Entre dos aguas, y cuajadas de árboles centenarios, las más impresionantes dachas conviven con ejemplos de la mejor arquitectura posmoderna, levantada al amor de los fondos de cohesión.

Todo aquí sugiere que la adhesión a la Europa feliz sólo ha sido posible como una bofetada al zar Putin. Aquí nada converge salvo el entusiasmo de los chicos y chicas que celebran el día del maestro y el comienzo del curso. Pasean con la felicidad inconsciente del escolar que vuelve a ver a la niña que le gusta, trajeados y armados con unos humildes ramos de flores para sus profesoras.

La cruzada báltica por la libertad ha utilizado siempre la música como arma. El primer festival nacional de la canción se celebró en Estonia en 1869. En agosto de 1989 se produjo el acto más multitudinario de la Revolución Cantada, que pedía la independencia de la Unión Soviética. Unos dos millones de estonios, letonios y lituanos formaron una cadena humana de más de 560 kilómetros que unía las capitales de las musicales repúblicas. Privada de la imprenta y la lengua por las sucesivas potencias extranjeras, Letonia sólo ha podido conservar su esencia gracias a los romances cantados, que pasaron de generación a generación, demostrando que la memoria es incombustible mientras quede alguien vivo para contarlo. A sólo unos kilómetros de Riga se abre la herida del antiguo campo de concentración de Salaspils. Aquí perecieron la práctica totalidad de los judíos letones. La indiferencia local ante el holocausto se debe a que durante décadas los hebreos fueron los propietarios de los medios de producción, explotaron y miraron por encima del hombro a la población local, tratando a la cultura y lengua vernácula como una “cosa de campesinos”. No es extraño, ya que San Agustín y los padres de la iglesia siempre defendieron, en algunas de sus tan queridas discusiones bizantinas , que antes de la confusión de lenguas de la Torre de Babel el hebreo había sido realmente la lengua originaria de la humanidad y, después del incidente de la confusio linguarum, había sido preservada por el pueblo elegido. Así, dando fe de las marcas de los sucesivos yugos llegamos a la católica Lituania, el último país en abrazar al oso romano y abandonar sus ritos paganos. El país tiene otras dos religiones, una es el baloncesto - aquí hasta la policía se inclina respetuosamente ante un conciudadano de Pau Gasol - mientras te multan. La música cierra esta santísma trinidad de devociones, el Certamen de Música Popular se celebran cada cuatro años y puede congregar a cientos de miles de personas cantando la misma canción en anfiteatros al aire libre.

Atravesando autopistas falsas custodiadas por celosos guardianes, enemigos de Marinetti, llegamos al corazón de la región del ámbar. Primero Palanga, con sus suburbios en los que sobrevivían los rusos, esos fantásticos esclavos que durante toda la historia parecen no saber vivir sin un dueño. De cualquier forma, los palanganeros del statu quo, no conocen fronteras, disponen de un hábitat muy amplio, viven muy bien gracias al miedo y la necesidad de los otros.

Las nuevas necesidades, y los miedos recientes, parirán nuevos esclavos. Las cosas no son como son, son tal y como somos, y nuestra libertad para ir y venir nos acerca al punto final de esta singladura, la lengua de arena de Nida, a la que se accede desde el puerto de Kláipeda tras un corto trecho en transbordador. En una casa del pueblo pasó los veranos de 1930 y 1931 Thomas Mann. La mitad de este parque natural, en el que es preciso pagar para que entrar, pertenece al oblast de Kaliningrado, el Köningsberg prusiano en el que nacería Immanuel Kant, y que pasaría a Moscú tras la capitulación occidental de Postdam. Las dunas de Nida, pomposamente conocidas como “el Sahara lituano” se asoman en su cara este a un quieto espejo que parece el aceite de una instalación de Wilson, y en su lado oeste a un mar rabioso, también un poco aceitoso, donde unos pocos valientes doman las olas en sus tablas de fibra. Es hora de volver, un barco espera en Tallin.

Este es también el final de estas Cartas Bálticas , que por los caprichos del destino han coincidido con el final de este año impar, que siempre recordaré como “el año de mi tesis”. Aquel en el que me doctoré con honores, aunque no hay mayor honor que contar con vuestra atención benevolente. Mi única intención es explicarme lo que vivo escribiéndolo y compartir mis inquietudes de “homo digitalis” con vosotros.

Esta carta a los Caballeros de Livonia pretende agradecer lo que me han enseñado, que la riqueza no es optar a lo que sólo está vedado a las economías más potentes, sino valorar aquello que no está definido por su precio, lo que sólo los ricos de espíritu saben valorar.

Feliz 2008 a tod@s.

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Suecia y los restos de un naufragio

Me hago a la mar con la secreta intención de naufragar. No se trata de perder la vida sino de recuperarla, de vestir lo que haya quedado, conservar las cuatro cosas esenciales que en un momento creí perdidas. Así sabré que es lo que extraño de todo aquello que sentí mío. Mi tesoro hundido en el mar sólo sirve de refugio para los peces, la marea se va rompiendo en palabras libres. Lo esencial es el aire que rodea a los objetos, el gesto que precede al roce, el sol que nos baña de tiempo.

Montado en Gabriella, un enorme hotel flotante en el que convive la ruleta francesa, con el karaoke en finés y el alcohol a raudales libre de impuestos, llego en un amanecer lluvioso al puerto de Estocolmo. La ciudad aparece como por casualidad tras una constelación de islas, catorce, dice mi guía, que haría más sencillo orientarse en una piragua que como peatón remojado. En los callejones del barrio viejo no hay muchachas rubias con corpiño almidonado guiando rebaños de ocas. Los palacios barrocos son como repulidos pasteles de merengue recortados contra un cielo de plomo.

El Gabriella fue el primer barco que acudió el 29 de septiembre de 1994 a la llamada desesperada del Estonia que se escoraba sin remedio en el mar helado, y acabaría zozobrando con el resultado de 852 muertos. De nada sirvió que el “Herald of free enterprise” se hubiera hundido siete años antes, también al entrar agua por las compuertas de acceso de vehículos. Los desventurados que perecieron en ese viaje salían de Zeebrugge pensando que llegarían a Dover, pero la libre empresa no tiene reparos a la hora de ejercer la libertad de aumentar sus beneficios y disminuir sus costes. Se trataba de reducir al máximo el tiempo de atraque y estiba, y hacerlo con el mínimo personal posible. Puede ser que el cambio repentino de destino, habitualmente atracaban en Calais, o la deficiente estiba de cuarenta y siete trailers provocará la escora, pero la realidad es que unos por otros a nadie se le ocurrió cerrar las compuertas de proa cuyo diseño impedía su visión desde el puente. Con el mar en calma las olas no tendrían que haber entrado en aquel enorme hueco pero la mala ubicación de los camiones estaba provocando una navegación “hocicada” que tras el “avante toda” acabo provocando la inexorable entrada de agua a razón de tres toneladas por segundo en una bodega de carga corrida, sin mamparos que pudieran limitar el daño. Trescientas toneladas de agua sirvieron para hacer zozobrar en tres minutos a un buque de ocho mil, a sólo media milla de la bocana del puerto.

Como intento mantener la soberbia a raya me gusta aprender de los desastres ajenos, y una vez en Estocolmo me lancé al museo en el que la penumbra protege el pecio del Vasa, el mayor barco de guerra de su época, construido por orden de Gustavo Adolfo II tras haberlo soñado como un león anfibio, que sería capaz de acabar con los belicosos católicos alemanes, y que se fue a pique el 10 de agosto de 1628 en su primer singladura. La nave permaneció hundida en la basa del puerto sueco durante más de trescientos años hasta que pudo ser rescatada en 1961. Tres años de trabajo y mil robles fueron necesarios para que este coloso de 69 metros de longitud se hundiera luego ante los ojos de los habitantes de Estocolmo a sólo unos metros del malecón. Demasiados cañones y poca mantequilla, aunque ambas cosas sobrevivieron en este pedazo de historia congelada. Una leve racha de viento sirvió para que la nave se escorara y el agua entrara por las troneras pereciendo la mitad de las cien personas que había a bordo, incluyendo algunas mujeres y niños con permiso especial para la pachanga inaugural.

La cosa termino como un tango de Edmundo Rivero pero mi viaje acababa de empezar, y me vi deslizándome en el mapa de Suecia hasta el lago Vättern, la mayor superficie de agua potable de Europa. En uno de sus extremos esta la isla Visingsö, cuya sola mención me provoca un estremecimiento. Según la leyenda un misterioso canal subterráneo une este lago con Alemania. Desde que sus ribereños tienen memoria van apareciendo objetos de todo tipo flotando entre sus aguas cuyas rotulaciones aventuran un origen germano. Algo tendría la isla para que Katherine Tingley la escogiera para edificar su casa, una copia a escala del Partenón, en la que la dama organizó en 1913 el Congreso Teosófico Mundial de la Paz. Los isleños aun la recuerdan con cariño puesto que ella sufragó, entre otras cosas, la instalación de la electricidad en la isla. Con sólo siete años sus padres la regañaban porque se pasaba las horas abrazada a los árboles. El pequeño ferry que me acerca a Visingsö lleva su nombre, pero antes me espera una larga caminata hasta Granna, donde se cogen los barcos. Me acompaña Erik, un auténtico vikingo treintañero y locuaz que lleva recogida en una coleta su barba roja y fuma un cigarrillo tras otro para mantener amarilla su sonrisa. Él ha nacido en la isla y no se puede explicar que me puede haber llevado desde Estocolmo hasta allí.

- Vengo en nombre de Mario Roso de Luna, un teósofo español que no pudo acercarse por aquí en 1913…La mirada del nórdico mocetón fue de auténtico loquero, atenuada por una la solidaridad tabernaria con el extranjero que llega desde la tierra prometida de los bares y el alcohol barato.

- A mi sólo me interesa la cerveza, el vino rojo y el amor de mi novia, que me tiene anclado aquí. Yo debería estar en Estocolmo donde está la marcha, allí me escapo siempre que puedo…

Entre las casas de Granna aparece el espejo gigante del lago y mi pelirrojo acompañante se despide deseándome suerte. Este pueblo es conocido gracias a que Amalia Eriksson descubrió aquí en 1859 el azúcar de cebada. Miles de caries infantiles nos contemplan pero la calle principal parece la Jauja de Pinocho con escaparates llenos de bastones bicolores de caramelo. En 1897 partió en globo desde este pueblo con destino al Polo Norte S.A. Andrée, junto con dos amigos. Su aventura pasó de leyenda a realidad cuando sus cadáveres fueron encontrados 33 años más tarde. Los paisanos que son agradecidos con los visionarios difuntos han reconocido su memoria con un diminuto museo.

Amparado por la luna llena planto mi tienda al lado de la fortaleza en ruinas de Visingsborg, mientras, sin yo saberlo, Paco cruzaba el Umbral desde el que no se vuelve. Tras el cementerio del que tampoco regresaron unos cientos de rusos recluidos al finalizar una guerra sueco-rusa, aparece el oloroso jardín botánico dedicado en exclusiva a cultivar plantas aromáticas, y las airosas cubiertas de la capilla Brahe, facetadas como si las tejas fueran pastillas de jabón. Allí Greta, una ancianita de unos 80 años explica a media docena de visitantes los misterios de uno de los templos más abigarradamente hermosos que tuve la fortuna de contemplar nunca.

- Siendo de España debes de ser católico, ¿no? Nuestra iglesia es protestante, lo sabes ¿verdad?

- Si, soy católico por nacimiento y tradición, pero yo sólo creo que todos tenemos enfrente la misma montaña, y cada uno debe escoger su propio camino para llegar a la cumbre.

- Esa idea podría resumir el sentido de la tolerancia que reina en nuestra Suecia.

- Que Dios la bendiga. Tienen ustedes una iglesia preciosa.

Montado en mi bici alquilada me dispongo a recorrer los quince kilómetros de este templado edén en el que la belleza te asalta al borde de los caminos. Allí unos graneros y establos del siglo XVIII, pertenecientes a la corona sueca. Más adelante la iglesia de Kumlaby desde cuya torre truncada se divisa todo este edén de juguete, como si el lago fuera una inmensa lágrima de Dios tras expulsarnos del paraíso. Igual que un Hércules fondón en las Hespérides me pongo tibio de peras mientras veo como un pequeño robot de Electrolux apura el césped alfombrado de una casita. A un metro del simpático aparato me llama la atención una roca a la que acompaña un letrero. Se trata de la Piggesten Stone , una piedra rojiza que según la leyenda huele a pimienta. El cartel cuenta como los cortejos funerarios se detenían frente a ella y alguien la golpeaba con un palo mientras sonaban las campanas de la iglesia, en ese instante los duendes liberaban el último aroma que el finado se debería llevar al otro barrio.

El pequeño Partenón edificado por la señora Tingley es ahora el estudio y museo del artista local Olle Krantz. Me lo encuentro segando el césped entre sus esculturas. No habla ni una palabra de inglés pero a pesar de eso posa para mi cámara montado en su reluciente segadora.

Tras la isla de los teósofos mis pasos se encaminan hacia el norte. En la misma cuenca del Vättern está Vadstena, el lugar en el que Santa Brígida tendría sus famosas visiones. Esta Santa Teresa nórdica siempre me había llamado la atención. Brígida Birgesdotter, era una viuda con ocho hijos que además de sus ensueños tuvo la idea de fundar sus conocidos conventos mixtos, o dúplices, en los que convivían a la luz del día monjas y monjes, sin tener que recurrir a los pasadizos o los trasiegos nocturnos como en otras fundaciones monásticas. A las ocho de la mañana me cruzo con el obispo que va a dar su primera misa a la abadía y me saluda. Linköping, Norrkoping y Nyköping me enseñan lo que es la ciudad media sueca. Me tropiezo con algún que otro mendigo y con una joven cincuentona, versión local de la mujer del carrito de supermercado, que con una media de cada color, como Pippi Calzaslargas, rebusca entre los desperdicios opulentos de sus vecinos sin un señor Larsson que la acompañe.

Mi última etapa, antes de embarcar en Estocolmo, es la ciudad natal de Bergman, la universitaria y libresca Uppsala. El albergue cerrado me obliga a plantar mi tienda del aire en las inmediaciones de una urbanización de las afueras. Un helicóptero con un foco estuvo a punto de descubrirme pero sólo fue la helada matutina la que me expulso de mi refugio. A las siete de la mañana, con mis pertenencias en la consigna ya estaba colándome en el Jardín Botánico que fundara Linneo aprovechando el pasotismo de la brigada de limpieza. En el Museo Gustaviano visito su famoso teatro anatómico, tan restaurado que parece el Fontán de Oviedo, la verdad que me quedo con el de Padova.

Hace años escribí un poema en el que proclamaba: “nunca veré la Biblia de Uppsala”. En aquel verso hacía pública mi renuncia a lo prescindible, a los objetos que sustituyen a las historias que un día encerraron. Recuerdo que se trataba de un poema de amor, pero eso no es decir mucho, todo lo que escribimos trata de lo mismo. Escribimos para que nos quieran, o al menos para recuperar el amor por nosotros mismos cuando nos vemos estampados, más que reflejados, en la superficie en blanco. Mancillamos el silencio primordial de nuestros juegos infantiles en el que sólo sonaba el reloj de la cocina y la ausencia de una madre siempre trabajando.

Allí en la Carolina Rediviva se conserva la Biblia de marras, aunque lo que te enseñan es sólo una copia. Viajamos para escapar de nuestro paisaje pero lo llevamos tatuado en la retina, buscamos otros silencios para huir del que llevamos puesto, creemos salir de nuestro laberinto cuando en realidad solamente lo expandimos con la ilusión falsa del viaje. Sin querer, en aquel viejo verso equiparé esa antigua Biblia escrita con letras de plata con aquello que siempre buscamos y nunca encontramos, pero el facsímil me recordó que la falacia de cualquier objeto sólo es efectiva ante unos ojos crédulos.

Deseadme fuerza, el último lunes del mes defiendo mi tesis, la suerte ya la he tenido al poder escribirla y disponer de vuestra atención siempre generosa.

Un abrazo a tod@as.

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Los trabajos invisibles

Dicen algunos que una memoria frágil es garantía de felicidad, yo, sin embargo, creo que una vida sin memoria es una vida sin justicia, y sin esta, la única felicidad posible es el tonto sucedáneo de quien abandona sus sentidos en brazos de la embriaguez y de todas sus veladuras, privándolos de sus funciones naturales.

Siempre podemos mirar para otro lado, cerrar los ojos y engañarnos. Renunciando a la búsqueda nos negamos también al encuentro. Durmiendo tan sólo despistamos a la oscuridad con los ojos cerrados. A veces el desvelo es preciso para desalojar a nuestros fantasmas de su acomodo entre las sombras. Encendiendo la luz les arrebatamos por sorpresa su impostora mueca de amenaza.

Buceamos, como peces abisales, en la ausencia de sentido, iluminándonos cada uno en la oscuridad con nuestra particular fosforescencia. Algunos se aventuran a respirar en el exterior como cetáceos, los más osados son como delfines, que a la vez nadan y vuelan, a saltos, entre el agua y el cielo.

Tal vez la felicidad se limita al contacto con los elementos, a aprender a leer la memoria de las piedras y su pasado ígneo, al procurarles abrazo a los árboles, protegiendo el crecimiento de los más jóvenes, y respetando los anillos de los más viejos y su corteza arrugada a la intemperie del tiempo.

La vida nos presiona a todos, pero siempre podemos elegir. La historia está llena de momentos cumbre en los que alguien, ante la certidumbre de la muerte o su amenaza, se vio obligado a sintetizar su vida, a materializar su memoria. El chino Lao-tse, ya anciano, seis siglos antes de la ejecución de Cristo, que inicia nuestra civilización, fue obligado, por un humilde guardián de fronteras, a redactar toda su filosofía y así demostrar que en realidad era quien decía ser, con el fin de que el responsable servidor público le permitiera franquear las fronteras de su provincia natal. El taoísmo quedaba fundado.

Del lado de lo funesto, Agustín de Hipona, santo en agradecimiento a los servicios prestados, se salvó por los pelos de la muerte cuando Alarico entró en Roma en 410, lo mismo que por la gracia divina se había librado de perecer de sífilis en sus correrías de libertino ilustrado. Al bueno de Agustín no se le ocurrió otra cosa que socializar su culpa teorizando sobre el pecado original, que nos obliga a todos a pasar por el bautismo para lavar una mancha inicial de pecadores potenciales.

Un siglo después, Boecio, un filosofo que jugaba a la política y llegó a ser cónsul de Roma riéndole las gracias a Teodorico, cayó en desgracia, y mientras esperaba su ejecución en el frío chabolo de Pavía escribió La consolación de la filosofía , o como esta nos hace más llevadera la vida y nos da una mayor perspectiva, sobre todo cuando nuestros planes se van a estrellar con la dureza del cadalso. No está mal. Como decía un paisano, hablando del terrorismo: “para que matar a nadie, si con el tiempo nos morimos todos”. Según esto, la muerte programada responde a un caso de ansiedad, y de generosidad de quien nos quiere librar a la fuerza de la decadencia y la decrepitud sobrevenida.

Esto me recuerda que me he saltado a mi querido Epicuro, el primer hippie de la historia, que decía aquello de “come, bebe y sé feliz, pues mañana morirás”. Algo que yo no sabía cuando iba a “El Jardín” de Somió, donde entré en liza en las primeras actividades epicúreas, y es que ese era precisamente el nombre de la primera comuna del sabio griego. Que deleite.

Pero en realidad hablábamos de la memoria, y si es ella precisa o prescindible ante una filosofía muy en boga del “ahora” capitaneada por ­Eckhart Tolle. Sólo puedo decir que estoy en ello, y busco una solución de compromiso que sirva para aligerar el equipaje y liberarnos del peso del poso, sin renunciar por ello a las enseñanzas de lo pretérito.

El lado práctico de un determinado pensamiento no puede desviarnos de aquello que es intrínsecamente bueno, aunque como decía Spinoza, no nos guste algo porque sea bueno, sino que simplemente llamamos bueno a lo que nos gusta.

Esta claro que en muchas ocasiones, ante un dilema entre ética y conveniencia debemos decantarnos por el beneficio instantáneo del ahora. A este respecto me viene a la mente la anécdota del admirado Kurt Gödel, el matemático de los Sudetes que fue capaz de encontrar el final del bucle de lo que la lógica y la matemática es capaz de demostrar, y con ello insinuar que en el futuro no son imposibles los viajes en el tiempo, (esperemos que ese salto hacía atrás no lo tenga que acometer una humanidad acorralada por un cataclismo del que ella misma es responsable).

Bueno, el caso es que cuando el bueno de Gödel se disponía a jurar ante el juez la carta magna norteamericana para adquirir la ciudadanía yankee, cayó repentinamente en la cuenta de que había un fallo lógico en la constitución, que podría permitir que un tirano tomara las riendas del poder con la legalidad de su parte. Afortunadamente en el acto le acompañaba su amigo el filósofo Oskar Morgensten, que le convenció in extremis de que no dijera nada al juez que ya le estaba esperando con la impaciencia que solo un ansioso togado es capaz de sentir.

Ya llegados al final, vuestra pregunta es lógica ¿a que viene todo esto?

No os puedo engañar, habrá quien piense en un cruce más de retórica y fuegos artificiales, otros, tal vez, se nieguen a la reflexión, o a que en su vida se introduzcan cuestiones importantes que le roben tiempo a las urgentes, tal vez haya quien vea aquí un ejercicio de estilo. Quizás en cada una de estas interpretaciones haya una parte de verdad, pero lo que me ha empujado a escribir estas líneas (demasiadas, os pido disculpas), es el bombardeo mediático acerca de nuestros treinta años de democracia y la figura del supremo artífice, Adolfo Suárez, a quien se le va a entregar el Toisón de Oro, una condecoración simbólica cuya historia y peripecias merecerían ser tratadas en otro momento pero que, sin ninguna duda, representa la más alta distinción que en España se le puede conceder a alguien. Pero, ¿hasta que punto es lógico distinguir a una persona que no es consciente de tal honor? Podría alguien pensar que es hasta una falta de respeto para con la oscuridad a la que la enfermedad le ha condenado.

Yo, a pesar de que en mi adolescencia abogué por la ruptura, tengo una opinión, que se ha ido formando durante todos estos años, en los que en la comparación con otros cancilleres, el Duque ha visto su figura realzada con la rara cualidad de estadista y paladín de una libertad con mayúsculas, que trasciende a nuestra patética partitocracia que ignora el mensaje abstencionista, encarcela a sindicalistas, y mercadea electoralmente con la sangre de los otros.

Creo que Suárez era, es, un iniciado, un Cristo, (y lo digo con el mayor respeto para todos). Su trayectoria no es infalible pero destila una impecabilidad que sólo podemos encontrar en la vida de los santos. Y digo yo, si tenemos a una reina divorciada, y una monarquía que renuncia a sus obligaciones dinásticas para retozar en la vulgaridad plebeya, acogiéndose a las ventajas de los súbditos sin renunciar a los privilegios de los reyes, ¿por qué Adolfo Suárez no puede ser santo? Creedme, no hay en este pensamiento una pizca de ironía, ni de iconoclastia. Sólo pienso que deberíamos de mirar al hombre/o la mujer en función de sus obras, sin fijarnos en si lleva traje talar o civil, ni en su pertenencia a una determinada orden, partido o cofradía de creyentes.

No hay que buscar mucho para encontrar el milagro, fueron treinta y cinco millones de pequeños milagros, de trabajos invisibles, tantos como españoles fuimos liberados.

Un abrazo a tod@s.

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18 encinas no hacen un bosque

18 encinas no hacen un bosque, pero en medio de la llanura eterna se convierten en un manojo de pirulies en un palo lleno de agujeros, como una margarita a la que uno a uno le quitábamos los pétalos.

Aquel viejo de pelo blanco era alto, y su boina calada resaltaba unos vivos ojos claros, quizás sería algún miliciano republicano represaliado, uno de aquellos que se quedó sin pensión. Leí muchos de sus nombres en aquellos boletines oficiales del estado de 1953 que un profesor me ordenó deshojar para buscar noticias para su investigación. Gracias. Cuando hacía buen tiempo nos esperaba a la salida del colegio con su dulce cargamento en una mano y en la otra una gran lata de pimentón murciano en la que aparecía un niño en pantalones cortos jugando con un aro entre las huertas rojizas. Ahí guardaba las monedas y los caramelos que no cabían en su garrucha blanca y desconchada. Cómo me gustaría comprarle sólo una vez más. Tenderle un duro con mi mano gordita y esperar pacientemente dos pesetas y una sombrilla de azúcar de fragante limón. Un capricho que sólo dos de cada diez dentistas recomendaría.

Los campos parecen descansar, entreabierta la tierra ofreciéndose a la estación como una hembra dispuesta. Las montañas son viejas, desmochadas, sangre sudor y hierro, que leíamos, que salmodiábamos como hoy tragamos millas cabalgando sobre hierro y alquitrán. Aún queda mucho de aquellos días que los años fueron cubriendo. Las viñas se arropan, en su desnudez, unas a otras. Viejecitas de cabellos grises y faldas grises pasean por las antiguas veredas sin tránsito. Llevan bolsas de supermercado, no capazos de paja ni rafia, no honradas bolsas de tela estampadas en punto de cruz. Tal vez sus hijos vendrán a verlas desde una ciudad como todas. Quizás no puedan. Las eras están calladas y Ureña a lo lejos ya no espera caballeros de armadura oliendo a tigre. La autopista es sólo un accidente, una franja estrecha que sin embargo lo oculta todo, lo engulle todo con su derecho de pernada. A pesar de todo, de noche ella también se va a dormir al campo.

En La Loba alquilan camas que no llegan a ser ni habitaciones, que uno imagina pobladas de viajeros embozados y solitarios. Una mesonera sin miriñaque ni balcón canta el español de Ecuador y vende gasolina, con su piel del color de la luna nueva, aburrida y sonriente. Rueda no es Guayaquil pero apretada a su hombre, un tión de pelo en pecho, garrulo y bueno, que huele a pámpanos, el mundo es pequeño y abarcable desde el tresillo de flores pardas. Un pastor sin ovejas se mezcla con los muros vencidos de adobe, pasa frente a la desvencijada iglesia que enseña cielo entre sus costillares desnudos, con el altar llenos de letreros de tiza y virgencitas ausentes como los quintos emigrados como romances de villa, muriéndose de pena en algún museo diocesano, amontonada con sus iguales sin otra unción que el aburrimiento de un hermano lego que perdió la fe tocando lo que no debía. Pobre.

-Quiero besarte en un bosque de naranjos, sin ti el mundo es un desierto. Y yo, una encina sola fuera de cobertura. En algún lugar la comida se enfría. Vuelvo al hogar.

El hogar está en un abrazo después del aguacero, en una percha donde colgar un sombrero, en cada lugar donde esperamos vanamente un tren, unos pobres avestruces incluso lo encontraron en un empinado prado de Ponga, donde por sus huevos algún salvaje los condenó a vivir sin correr ya nunca más.

Y un día nos paramos allí, cansados de que la visión fuera algo fugaz, decididos a fabricar recuerdos una vez más. Asediamos la muralla desde dentro disolviendo sus piedras con las palabras de Roso de Luna, que como en una película de rescate en el último momento nos volvió a mostrar que el camino al firmamento empieza con un solo paso.

Un viejo proverbio persa dice que cuanto más oscuro está el cielo más brillan las estrellas. Pero nosotros seguimos buscando unos raíles que simplemente no existen. El raíl real es ir campo a través, la disonancia de hoy será la consonancia de mañana, la metafísica de ahora será física luego, pero sigue siendo preciso que algún loco se suba a una banqueta a gritar que tuvo un sueño, o que el jefe Seattle escriba al presidente de los establos unidos. Incluso es necesario que estudiemos historia del arte para hacer de pepito grillo y salvar a pinocho de la perdición, el problema es cuando acabamos ayudándole a que sus mentiras no se noten demasiado.

José Luís Castillejo, un ex-cónsul tan poco diplomático como Lowry en Cuernavaca, ha escrito que “quien se arrastra no puede caer,” yo añado que para ser paracaidista hay que caer bien. Ese pastor de aeroplanos que fue Vicente Huidobro se lamentaba porque su paracaídas se había enredado en “una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente.”

Tal vez no saltamos porque olvidamos que somos eternos, y tampoco recordamos que:

“Hay palabras que tienen sombra de árbol / Otras que tienen atmósfera de astros / Hay vocablos que tienen fuego de rayos / Y que incendian donde caen / Otros que se congelan en la lengua y se rompen al salir / Como esos cristales alados fatídicos /Hay palabras con imanes que atraen los tesoros del abismo / Otras que se descargan como vagones sobre el alma /Altazor desconfía de las palabras / Desconfía del ardid ceremonioso / Y de la poesía.”

El silencio es el mejor medio para la comunicación y yo he roto el mío, como un niño lanzándose dentro de un pastel. Pegad por mi sus pedazos como mejor os plazca. Yo lo he roto como una oración por todas las estrellas perdidas y por las concienzudas, por las paracaidistas que al lanzarse enamoran el aire, y por las madres y dos veces madres, para que sus miradas nos vuelvan a acariciar muy pronto. O algún día.

Un abrazo a tod@s.

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Santo de casa no hace milagros

Sin heridas no podríamos respirar por ningún sitio, para que empecemos a hacerlo ya nos azotan de recién nacidos. Si no tuviéramos ombligo seríamos Adán o Eva. A los que expulsaron del paraíso porque no tenían un espejo para entretenerse, y, como el edén debía ser un lugar muy aburrido, se dedicaron a jugar con lo que tenían a mano.

Vivo en mi realidad subjuntiva en la casita de guardavías, de cuando en vez me aventuro al país de otros buscando quizás un salario, que es un puñado de sal que, a poder ser, no te arrojen a los ojos. Pero santo de casa no hace milagros, y mi perfil no coincide con el del familiar de turno, y tampoco soy mujer a la que discriminar en positivo. No soy políticamente correcto, prefiero ser políticamente erecto. Tampoco un cliente habitual, y encima están hartos de ver mi nariz pegada en el escaparate sin perder ripio.

Extraño el rasgar la noche camino de mi trabajo. El dulce paro me acuna a cursos y subsidios finitos. Aggiornarse es un italianismo sin fin, una carrera con el tiempo que siempre acaba por alcanzarnos. Estudio programación web aunque un amigo me recomendó los cursillos de la parroquia. Nadie quiere comprar mi tiempo y me dedico a administrar los excedentes. La Bienal de Zamora es una motita de color en medio del yermo. Acudo al vernisage de Juan Hidalgo con la ilusión de un cinco de enero. Esta vez los falos enhiestos se han quedado en casa, pero la potencia de la obra de Juanito permanece escondida bajo un rebujo de sábanas de lino, envuelta en las páginas casposas de diarios provincianos, voceada por personitas que sólo entienden de surcos de tractor sobre la tierra tantas veces desvirgada. Hidalgo está manierista, pero nunca nos suministra la misma receta, como un niño nunca corre igual, ni suena lo mismo la cuenta atropellada del juego del escondite en una voz infantil.

El congreso anual de INCUNA también me ocupa, presento una comunicación sobre aguas termales y viejos y nuevos muros balnearios. Hablo de Álvaro Siza, que dice que está ya viejo para tantos encargos. Me pregunto que si el agua es de todos, como es posible que si es termal sea sólo de unos pocos, que amurallan el manantial con hoteles de cinco estrellas para aumentar el beneficio. Coincido con el arquitecto Rogelio Ruíz, uno de los mejores rehabilitadores de patrimonio arquitectónico que conozco, alguien que interviniendo en los edificios pasa desapercibido como los buenos árbitros de fútbol. Y es de Mieres, y hace milagros a pesar de ser de casa, tales como hacer hablar a la Plaza del Mercado de su pueblo, con un respeto de cirujano. La plaza sólo duerme en un coma inducido, sostenida por andamios, y despertará nueva y vivirá otros cien años con su cara restaurada. Él mismo me lleva al Palacio de Figaredo, que por aquello del apellido tiene su pellizco. Me encanta la habitación 31 y la fachada ilusionista con flancos de madera que desaparecen por la noche. La excursión tras el congreso de arqueología industrial nos acerca Grandas de Salime. Por fin penetro en las entrañas del embalse decorado por Vaquero Palacios y su hijo Vaquero Turcios. Todo tiene un aire de grandeza que recuerda vagamente a la guarida de un megalómano rufián de película de James Bond. No puedo olvidar la cantidad de obreros que perdieron la vida aquí. Se cayeron al abismo y les sepultaron en su propio hormigón. Como los arquitectos de las pirámides egipcias, forman parte del gigantesco muro. Es bueno que se sepa, porque muchos lo ignoran. Ser hijo de un padre sabio no garantiza sabiduría, aunque favorece la situación del retoño. El apellido a veces es una carga y en ocasiones una fuente de suministro de por vida. Como el flujo de las turbinas de Grandas.

Los Vaquero nos muestran la excepción de la regla. Pero los únicos santos reposan entre el forjado, o lloran al recordar el sabor del cemento y el sudor, y el color de la sangre. Aunque no lo entiendan, este texto es para ellos.

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Cajón de Sartre

Sartre era tan listo porque tenía un ojo en cada extremo y el cerebro en el eje axial. Uno no debía saber si estaba hablando contigo, con el vecino, o con todos. Tuvo el privilegio de estudiar en una escuela normal (y no en compañía de Jesús), e incluso el de nacer en Francia. Por mi parte, si pudiera, renunciaría hasta al fuego, y me alimentaría de carne cruda, pero todos necesitamos muletas y butano, e incluso que nos quieran a pesar de nuestras taras. Es un error decidir a través de otras manos y ver por otros ojos pero para mí es más necesario abandonarme a la pasión que la rutina de una existencia posible, que suele ser gris, serial y autoreferencial. La verdadera aventura es precisamente arrojarse y diluirse en otro ser, y el problema es que lo hagamos desde muy alto y lo descalabremos de amor.

Umbral dice que sólo respeta a los jueces. El problema es que, quien más quien menos, se tenga que convertir en juez para que le respeten.

Tal vez no me creí la primavera hasta el día en que me dí cuenta de que del buzón de la casita de guardavías salía musgo. En medio de la nada mi buzón bosteza, coronando una vieja traviesa de la FEVE, robada en compañía de un amigo abogado, que nos recitaba los agravantes del código penal para los que sustraen material ferroviario mientras la cargábamos en la furgoneta. Pensé en que sería obra de algún niño desocupado hasta que me percaté de que en La Aguda ya no quedan. Ayer sentí que algo se meneaba bajo la hojalata descoloridamente negra, era un pajarito postal, piando para que la gruesa factura del teléfono respetara su cabecita. Esperamos cada día buenas nuevas y las tenemos enfrente, pugnando por nuestra atención. A menudo recolectamos las espinas del rosal y dejamos las flores al albur del viento.

John Cage, ese puto genio, tiene una frase que ha alumbrado muchas de mis penumbras: “vivimos o insistimos en las palabras”… aquí en los atascos recordamos a la parentela del que se nos atraviesa mientras que en los países civilizados (léase USA donde mi hermanita se demora), los conductores no se miran en los semáforos por miedo a un gatillazo tembloroso de quien no conoce el desahogo del lenguaje.

Queremos entrar donde no nos lo permiten, tal es lo que me pasó en mi azaroso empleo, a la sazón metido en harinas en las que rebozar nuevos talentos empresariales. El caso es que el invento era sólo para ellas, emprendedoras féminas maniatadas. Y servidor, feminista por parte de madre, a la que agradezco que iluminó mi vida con su trabajo, y fue también padre, chofer y empresaria, pensó que el que le excluyan las excluidas es viciar en origen una de las luchas más justas del género humano.

Por lo tanto, ni corto ni perezoso, hice de la ofensa causa y redimí del ostracismo de la red una foto de una de aquellas heroínas peliteñidas y neumáticas. Una espléndida imagen de Samantha Fox ocupó la pared al amor de mi silla y mi ordenador compartido.

Saqué el camionero que habita en cada varón y la provocación llamó la atención de la jefatura, que prestó oído a mis cuitas. La cuestión se saldó con una llamada a la encargada de la cosa de la mujer del Principado, quien me permitió a mí y a mis dos compañeros varones (para disgusto de ellos), entrar en el gineceo de emprendedoras, a seleccionar semillas que luego serán ideas lucrativas en un hipotético paraíso de autoempleo. Yo sólo conseguí terribles pesadillas en las que recorría Europa guiando a ávidos desocupados con vacaciones pagadas.

Soy culpable de querer entrar desnudo en sitios prohibidos, o con la insignia tricolor en el ensayo general de los Premios Príncipe de Asturias. Tal vez porque cuando niño entré con mi pijamita y mi último chupete en el cuarto de mis padres y vi cómo se amaban. Entonces no pensé que era tan malo como luego me enseñaron. Trato de olvidar que hay sitios o estados en los que no puedo entrar, lo mismo que el pajarito que vio en mi bostezante buzón un hogar.

Un gran beso a tod@s.

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Acabar un sueño para seguir soñando

Es duro volver a la soledad de los caminos polvorientos de guijarros sueltos. Atrás queda la fortaleza fulgente con reflejos de oro. Recuerdo cuando la descubrí a lo lejos, brillaba bajo la luz de un crepúsculo eterno de mayo, con una luz láctea que precedía a la noche perezosa. Cada trozo de pared era tan rico y hermoso que parecía parte de un lienzo divino, aquel que limita paraíso y purgatorio. La barrera que nos impide ir a buscar a nuestra Eurídice en las tinieblas del inframundo, si por error nos elevan a las praderas celestiales. Lo más inquietante del palacio era su aparente ausencia de puertas y ventanas. ¡Qué resorte pulsar para acceder a las promesas del interior! Mis dedos nerviosos comenzaron a despellejarse de palpar, cornisas, molduras y clípeos de piedras preciosas. Me sentía el ser más torpe del mundo. ¡Cómo he podido llegar hasta aquí, a través de los territorios más hostiles y ahora me quedo en el umbral de la dicha!

Entonces me desperté y el palacio dorado se esfumó entre las sábanas. Había sido sólo un sueño de quinientas noches, un espejismo que parecía real. Tan sólo un decorado de cartón que esperaba la diaria función. Un derroche fallero que se esfumó tras el fuego purificador. En este juego me pido ser el ninot indultado, el soldado herido que se bate en retirada y así vale para otra guerra.

Otra vez en la ruta de los proscritos me encontré con la sabiduría griega en un café, entre restos de comida y servilletas sucias. Sin protocolo, en un suspiro, aprendí más que leyendo a Esquilo. No había piedras repeladas ni aromas homéricos, ni gaitas, no había tampoco mar y nadie lo echó en falta. Las dos hijas griegas de Tebas y Corinto me acogieron a la sombra protectora de sus miradas clásicas. Siéntate sin miedo, tenemos tiempo para ti. Sus manos jugaban con su propias manos y un silencio amoroso se extendió sobre el que esponjar mis palabras. ¡Benditos oídos! Sólo a vosotras debo mi elocuencia.

- Continúa, sigue joven maduro.

Sus ojos activaron una espoleta divina y me vi convertido en un Hermes de barro, tocado con alas de palabras, que giran sobre el eterno café de nuestras vidas.

Con esta mezcla de dolor y placer, el corazón punzado y los ojos hambrientos, me dirijo al pueblo maliayo de Lugás. Allí me alojo en un maravilloso dúplex que huele a madera de castaño y hierba cortada. La conexión inalámbrica me une a esa cofradía de la soledad radiante, ese cordón umbilical sin compromiso que nos acerca con otros insomnios lejanos y nos amplifica otros latidos trémulos que atraviesan la noche. Antes de la cena visito la desierta iglesia románica, con la más hermosa casa rectoral que haya visto nunca. En el huerto del cura, un oasis de mandarinos, melocotoneros y limoneros, todo parece abandonado, como mi espíritu en manos del azar, siempre ubicado en la frontera que separa el premio y el castigo, como los frutos caídos que olvidaron su promesa de dulzor para ser sólo
abono de un prado esmeralda.

El trabajo me llevó también, como crítico y glosador de lugares divinos, al minúsculo pueblo de Herrerías, que debe su nombre a los artesanos del hierro que aprovechaban para sus fraguas la corriente del río Valcalce. En el borde del Camino de Santiago, la primera ruta turística de Europa. Esta tebaida, refugio de anacoretas, está un paso de lugares tan especiales como Las Médulas, la iglesia de Santiago de Peñalba, en el Valle del Silencio, o la aldea lucense de Cebreiro.

Trepo a pie al castillo de Sarracín, donde la orden del temple vigilaba la ruta jacobea, junto con otras fortalezas como las de Cornatel, Corullón o Balboa o el espectacular castillo de Ponferrada. Hasta hace poco tiempo existía una gruta excavada en la piedra viva que como salida de emergencia, comunicaba el castillo con el río, quinientos metros más abajo. Paseo por el camino de ronda al borde del abismo, superando a duras penas su atracción.

Aquí comienzo mi colección de piedras, que pasarán a formar parte de la nueva piel de la casita de guardavías.

El Camino de Santiago hace a todos iguales, ricos y pobres, jóvenes y viejos. No hay razas ni naciones, sólo un objetivo común: desembarazarse de lo que sobra y llenarse de lo sustancial. Ser romero es buscar la utopía en uno mismo, mezclarse en el paisaje y el paisanaje, dolerse del cuerpo pero gratificar el espíritu. Vagabundear es un lujo al alcance de pocos, porque no todos admiten el sacrificio. Es una oportunidad para preguntas esenciales que no admiten respuestas transitorias. Con mi hatillo cargado de piedras y emociones, y las agujetas de una docena de kilómetros de ruta jacobea, cambio ésta por la vía de la plata. Debo visitar un hotelito de cuatro habitaciones en Valverde del Camino, en la Sierra de Gata. Aún tengo tiempo para sentir el roce del riesgo. A la salida de Zamora estoy a punto de chocar contra un despistado caballero y me tengo que detener para poner en hora mi pulso acelerado. Casi a punto de llamar a alguien querido para contarle lo cerca que estuvo esta vez. Pero estoy solo y ese es mi destino. El aroma a espliego y jara me hace olvidar el susto, y el ferragosto extremeño me seca los ojos. Conduzco por carreteras secundarias entre dehesas llenas de novillos y lagunas medio resecas en las que abrevan los erales. Queda atrás Ciudad Rodrigo con su catedral y el enorme seminario desierto con un solo alumno de piel de sapo. En Valverde, un hotel para mí solo. Allí me espera una especie de ama de llaves que me hace sentir como un noble británico de levita y chinela, que regresa tísico a la casa familiar.

Portugal está ahí fuera, detrás de una raya invisible. Caldas de Monfortinho y Monsanto me muestran sus decadentes muros y sus piedras grises. Con Cáceres a dos horas no me lo pienso, en Malpartida me espera el Museo Vostell y un helado de melón que sacia una parte de mi sed eterna. A la vuelta, me pierdo en Béjar, por las orillas del río Cuerpo de Hombre, con sus esqueletos fabriles de lo que fue una de las industrias textiles más pujantes. En medio de una cascada suena el móvil, una telefonista oficial me pregunta si acepto una llamada. Al otro lado mi amiga María, desde Cuenca, que me informa de unas oposiciones a mi medida. Me espera un agosto de apuntes y papeles, jaspeado con mi trabajo de albañil. Tantos años interesado en la masonería y acabo de masón a tiempo parcial. Cuidaré mis manos, espero algún día acariciar una espalda sin escamas.

Feliz agosto desde la casita de guardavías.

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Interior holandés

Holanda tiene dos feroces competidores, el mar por poniente, que lucha por recuperar lo que un día fue suyo, y Alemania por levante, a quien le deben el haber tenido que edificar de nuevo sus ciudades con la arquitectura más vanguardista. Cualquier quimera constructiva es una realidad de acero y cristal en esta Atlántida insumergible, incluso es posible esquiar en pleno verano en una enorme nevera que aprovecha una de sus escasas colinas, con pistas de medio kilómetro a una temperatura de 6º bajo cero.

Los españoles intentamos exportarles nuestra barbarie teocrática. Nunca nuestros analfabetos soldados fueron más felices que arrasando sus aldeas y mancillando el honor de sus jóvenes vírgenes de cabellos rubios y ojos claros. En la Rendición de Breda, prodigio ortopédico de señorío y donosura, lo único real es la pata en suspensión del caballo y el humo lejano del saqueo. El ducado de Alba, que hoy atesora latifundios, palacios y portadas, se fabricó aquí, y el fruto de nuestras rapiñas ultramarinas vino a parar al peculio de sus prestamistas hebreos.

En Maastricht, la cuna del euro, podemos visitar el antiguo palacio de gobierno hispano, donde se aburre el polvo en los raídos trajes castellanos, y lo más auténtico es la maravillosa fachada renacentista del patio, que a la mayor Parte de los escasos visitantes pasa desapercibida. Guillermo “el silencioso” nos mandó callar, y dejamos estas tierras sin legar otra cosa que un puñado de tibios católicos en el sur, y algunos nombres de calles, puentes y esclusas. De esta ridícula y sangrienta guerra de evangelización proviene el concepto de “furia española”, bajo cuyo paraguas nuestros monosabios del circo balompédico fracasan sobre el fracaso. Así se conoció el expolio de Amberes a patas de los tercios de Flandes, descontentos por el retraso de la soldada y los efectos de una resaca perenne.

En el antiguo Mastrique castellano, se jugó el pellejo la 30 División del Ejército norteamericano, atravesando una noche el río Mosa en una audaz operación en la que murió hasta el tato pero que sirvió para desalojar a los alemanes de la ciudad. Produce un poco de pena ver tanta sangre dilapidada para que una estirpe de asesinos de estado arrastren el nombre de su nación en guerras petrolíferas, genocidios y negocios sucios.

Aquí llegamos por cortesía municipal, con un grupo de muchachos a los que, por no gustarles su instituto, o su familia, el estado bienhechor les pone el cartel de “en riesgo de exclusión social”. La vieja Abadía de Rolduc, premio Europa Nostra a la mejor rehabilitación, será nuestro hogar durante una semana. Españoles, suecos, franceses, irlandeses, holandeses, polacos y alemanes, bajo las mismas bóvedas y ojivas dispuestos a poner en juego sus hormonas en este inesperado y amable destierro. Nuestro sacrificio ante el altar de la enseñanza social no reglada es un conjunto de talleres: escultura del hierro, cocina, breakdance, graffiti, supervivencia…; aunque mi especialidad es esta última, me asignan el de rap, dirigido por un simpático rapero norteamericano. Todo está bien, y mejora cuando en la fiesta de bienvenida atruena la música de los Ilegales y me arranco entre las huestes juveniles ligeramente embriagadas por una cerveza sospechosamente aguada.

Siempre me llamó la atención la abundancia de pintores de estas latitudes, sobre todo comparándola con la escasez de escritores de fuste. Sólo recuerdo a la pobre Ana Frank, que además era alemana, cuya imagen cuando niño me acongojaba desde el libro de literatura del colegio. Mirando más atrás Spinoza, hijo de judíos expulsados de España y asimismo excomulgado y desterrado por los rabinos de Ámsterdam.

Erasmo, del que los curas sólo ponían su retrato pintado por Holbein, también estuvo prohibido por católicos y reformistas. A pesar de ser el ideólogo en la sombra de Lutero, él fue quien le criticó con mayor agudeza. Siempre tuvo el de Rótterdam una vitola de agitador de la historia moderna y azote de la iglesia. Él mismo, hijo ilegítimo de un clérigo, comprobó desde muy joven las contradicciones entre el cristianismo primitivo y la superestructura de usurpadores del mensaje crístico. Probó con el traje talar y se salió con una dispensa papal para pensar por sí mismo en vez de pensar por los otros. El Elogio de la Locura , escrito en honor al utópico Tomás Moro, es una apología a la inocencia original, el trazado de una tercera vía que iluminó a los círculos erasmistas en la España de los Austrias y que costaría cinco años de prisión a Fray Luis de León. En el libro desvelaba que el verdadero cristiano demostraba su espíritu "deponiendo su orgullo para aprender lo que no sabe y cediendo en su altanería para enseñar lo que sabe".

También escribió dos libros pedagógicos Sobre el Método del Estudio y La Enseñanza Firme pero Amable de los Niños en los que se adelanta varios siglos a las corrientes más progresistas de la educación. Del viejo Rótterdam sólo queda una casa convertida en museo, su puerto, la auténtica boca de Europa, alberga un bonito escaparate marítimo, con un gran muestrario de grúas de vapor, supervivientes a los sucesivos bombardeos nazis y aliados, unas moles grisáceas que aún huelen a brea y chamusquina. De aquí parte una motora-taxi que, por un módico precio, me lleva a tomar un café al Hotel New York, una delicia art-decó flanqueada por dos rascacielos y con una recepción con catorce relojes que marcan la hora de las cuatro puntas del globo. Al lado, un edificio de ladrillo recuerda el nombre de las viejas colonias holandesas, Java, Sumatra, Borneo, Celebes. Muy cerca del Spanjaardsbrug conozco la peluquería de caballeros más original que haya visto nunca, un establecimiento-museo regentado por Pieter, un simpático holandés de pantalones cortos y aspecto de mosquetero que vive por los pelos. Una parte mínima del local se dedica a la cosa capilar y el lavacabezas parece parte de la decoración, del techo cuelgan guitarras, oukeleles, trompetas, banjos, crucificados, sacos de boxeo, darbukas… Una cocinita sirve para convidar a café a las visitas, y los clientes que esperan pueden elegir entre ojear una exposición de pintura, otra de escultura y una tercera de artesanía asiática, leer en una mesa la prensa, o navegar en un portátil mientras les llega el turno. En Rótterdam visito las famosas casas cúbicas que se apoyan en uno de su vértices, por un módico precio puedes ver una por dentro, al lado el mercado, tomado por los holandeses de las colonias, especialmente los procedentes de Surinam, lo más exótico es el vendedor de los enormes quesos gouda.

Pues sí, me planté en Ámsterdam con mi cochecito alquilado en Düsseldorf; no sé ni como lo conseguí, el caso es que cuando me quise dar cuenta estaba en un paquebote para turistas, huyendo de Rembrandt y del Rijksmuseum asediado por las multitudes ávidas de aniversarios de artistas muertos. Sin embargo no pude evitar acudir al palacio de Mauritshuis de La Haya y contemplar su Lección de Anatomía y su último autorretrato recién restaurado. Tanto me gustó la Vista de Delft de Vermeer que corrí a visitar la ciudad en la que Guillermo el Taciturno murió, más canales que reflejan iglesias de esbeltos chapiteles, terrazas y fachadas escalonadas y grupos de patos en familia sorteando los racimos de lirios de agua. Por esa regla de tres debería haber corrido a un prostíbulo tras ver a mi admirado Jan Steen, el pintor tabernero, que se pagaba los lienzos vendiendo cerveza y se permitía el lujo de pintar escenas explicitas de lupanar. Mirando las imágenes de Steen, sabemos a que dedicaba el tiempo libre el señor Arnolfini mientras su esposa agotaba su dulce espera en compañía de su perro faldero. Este genio del antro y el garito nació en Leyden, como Rembrandt, allí donde el Rhin se desposa con el mar, y donde Guillermo el pusilánime demostró su riqueza de espíritu regalándoles una universidad por haber resistido el asedio de cinco meses de las tropas españolas de Felipe II. Aquí los estudiantes son como en todas partes, no saben que hacer con tal de no estudiar y beben por las esquinas o juegan al subastado mientras se fuman unos joints apoyando su falta de diligencia en las murallas de la fortaleza.

El regreso, veinte horas de retraso cortesía de Iberia y descanso en el spa de Torazo sobre el que debo un artículo. Mucho queda en el tintero pero no quiero abusar de vuestros ojos que nunca me fallan.

Salud y República en este 70 aniversario del golpe de estado.

Los reyes, los de la baraja y los magos, ninguno más es preciso.

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Greenwich

Hola viajeros:

En mi peregrinaje entre polaridades, meridianos y paralelos, no he podido escapar a la tentación de visitar el lugar en el que se inventó el tiempo. Donde puedes estar al este o al oeste de la tierra con solo dar un paso.

El invento requirió sus años. Los que querían medir algo que no se veía eran considerados locos. Cada parte del mundo tenía sus horas locales y los ingleses, los primeros globalizadores, no iban a tolerar esta anarquía. Carlos II, patrocinador del observatorio de Greenwich, estaba decidido a remediar ese sindios pero no tenía un chelín. Así que ordenó talar los bosques reales para hacer vigas y reciclar ladrillos de otras construcciones (¿desarrollo sostenible?)

Y es que los barcos ingleses se perdían, y con ellos sus preciosas cargas, porque los marinos sabían calcular donde estaba el Norte y el Sur, pero ignoraban la clave del Este y el Oeste.

Para guiarse por la luna y las constelaciones debían saber donde se ubicaban según la época del año. El tiempo se inventó, pues, para conocer los hábitos de las estrellas.

Conociendo su deriva los hombres aprendieron a situarse, tal como los antiguos lo hicieron fijando en la tierra con enormes piedras sus movimientos sobre la bóveda celeste.

En un principio el tiempo era un lujo sólo para ricos, los pobres no tenían otro reloj que el sol, las campanas o el cañonazo de mediodía. Poco a poco el reloj se fue democratizando y los burgueses lo llevaban en el bolsillo de la levita.

El reloj de pulsera, el dogal que nos esposa a la hora, nació de una manera muy desagradable. Fueron los artilleros alemanes, que necesitaban las manos libres para enviar al otro mundo a los pobres franceses de Verdún. La eficacia alemana, y el amor a la frecuencia reconocible que ya se apreciaba en su música, facilitaba los movimientos del ejército galo, que alteraba sus posiciones entre cañonazo y cañonazo.

Mientras otros se mataban, los suizos se hicieron ricos gracias a vendernos tiempo. Y como dinero llama a dinero atrajeron a otros ricos. Con todo lo que hay allí, que por dueño tiene un número en clave, se acabaría el hambre en el mundo, y con el dinero que el gobierno español destinó a las eléctricas para ayudarlas a competir (lo que tú y yo hacemos cada día, hermano) en España habría pleno empleo.

Pero bueno, por qué trabajar si sólo es un trueque. Vendemos nuestro tiempo en manojos de ocho horas, como cebolletas, para tener dinero y recomprarlo en formato de fin de semana. Y aunque ese intercambio fuera satisfactorio ¿quien tiene nuestro tiempo?, ¿quien se lo ha llevado?

¿Qué ha sido de aquellos días eternos en que daba tiempo a hacer de todo?

No sé que nos ha pasado, pero intuyo que alguien nos ha vendido una moto a pedales.

No time, no space...

Con el tiempo, como con la guerra, todos perdemos. Pero en las pocas cosas que muchos estamos de acuerdo es en como perderlo. Hay otros más radicales que simplemente lo matan. Lo asesinan leyendo el Marca, viendo la tele o jugando a la play-station. Algunos lo extraviamos estudiando una carrera. Como el Quijote "In a certain corner of la Mancha, the name of which I do not choose to remenber...", que empezó perdiendo el tiempo con la lectura de novelas de caballería y acabó perdiendo la razón. Esa que a todos nos gusta tener, aunque no tengamos tiempo.

Pero esa no es nuestra única carencia. Tampoco tenemos espacio. ¿Conocéis a alguien que tenga sitio de sobra? Yo no. El saber no ocupa lugar pero ¿que me decís de los libros?

Me acuerdo cuando decían que con los ordenadores haría falta menos papel. Si por los ordenadores no es... la culpa la tienen las impresoras. Ellas solas se están liquidando millones de árboles. ¿Os imagináis si cada chino tuviera una impresora?

¿Y qué me decís de que el mayor banquero de España se llame Botín? ¿No es una tremenda casualidad? El botín es lo que se reparten los ladrones después de dar un golpe. Y el que ayuda a un ladrón es su compinche, a menos que le hayan cogido porque entonces se llama abogado.

En Brighton estuve en un pub fundado en el S. XIX. Se llamaba (en español) "Botín de guerra", y en su fachada leí una frase que me impresionó... "el botín de guerra es una pata de palo o una cadena de oro".

Por favor, intentar ser libres, sin patas de palo ni cadenas de oro.

Besos queridos viajeros...

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La soledad del peluche

Unguki es sólo un muñeco con forma de oso, pero cuando alguien le pone voz y emociones se convierte en un amigo. ARCO es una feria sin tiovivos, sin olor a fritura o casetas de tiro al blanco. Uno tiene la sensación de entrar en Toys`R´Us, rodeado de juguetes nuevos, que igual que Unguki necesitan un hogar, una voz y un poco de calor. No nos dejan tocar, miramos sin más.

Los cristales y cromados de las piezas nos devuelven nuestra imagen. Vuelve un realismo de poliuretano con muñecos colgados o criaturas devastadas por la metralla, ante las que se amontonan los devotos de las emociones fuertes.

La provocación está cada vez más cara. Está difícil competir con Zaplana, las patadas de los soldados británicos en Basora o las babosadas de un teólogo valenciano, Gonzalo Gironés, que culpa del maltrato doméstico a la lengua de la mujer. Se nota que sólo domina lenguas muertas. El que sí sabe latín es "El Perro", que con su videocreación "democracia" pone techo a esta feria con calefacción, en la que cada año se citan los más modernos, los que adelantan a su propia sombra en lucha contra su insatisfacción presente.

El Perro filma en las ruinas de la cárcel de Carabanchel, en la que convivían chorizos y rebeldes antifranquistas. Contra sus muros estrellaba su pelota Rosendo. Ahora son los chicos del skate-board quienes convierten el talego en un parque temático y el panóptico en una de esos esperpénticos atrios de los centros comerciales.

Desde una instalación un enorme post-it nos dice que "las cosas más importantes no son cosas". Tal vez lo más importante es lo que no podemos ver, y lo que aún no hemos hecho y querríamos experimentar. En la galería de Guillermo de Osma se muestra un dibujo de Servando del Pilar. "Mujeres con cántaros". Aquí hay un enigma para historiadores del arte, la cartela recoge la edad de nacimiento del tal Servando, 1903, y en el lugar de la fecha de fallecimiento aparecen unos interrogantes, poco listo ha estado Guillermo, porque la obra del artista muerto siempre vale más. Maravilloso Pancho Quilizi, que refleja en sus cuadros un mundo feliz de geografías utópicas, algo barrocas eso sí, con colores de rompimiento de gloria.

Se nota que este año no he venido al vernisage, no veo a la beautiful de otras ocasiones y no he podido completar mi colección fotografiando zapatos de tacón. Me apasiona el mágico realismo del mejicano Daniel Lezama, todos somos dueños del cielo, lo peor es que para millones de seres ésa es su única propiedad. La cola del caballo de Godofredo de Bouillon, que Fernando del Castillo titula "Cruzando" muestra la belleza del todo a través de una parte, como los ojos de una mujer, que, aparte de su belleza, nos hablan más que la más sinuosa de sus curvas. Nos aproxima al movimiento ondulante de un alazán, sin fatigar nuestra atención con la totalidad de su anatomía. De anatomía trata la puerta pintada de Nono Bandera, en la que bellísimas pin-ups abren sus carnes hasta la víscera, mostrando ese misterio insondable que es la mujer, en el que apenas podemos penetrar unos centímetros.

El Bacon que la Malborough mostró el año pasado sigue sin comprador, yo ofrezco dos huevos duros y unos patines.

Martín y Sicilia nos enseñan un pelotón de milicos troquelados, brindando por el fin de la picana, como los soldaditos de madelman que animan la leva desde la televisión,  patrocinando los deportes con música de Seguridad Social.

Como dijo el maestro Umbral "en la feria vale todo y cada vez vale menos".

No está mal ir a la feria, ni darle voz a los peluches para acompañar las esperas. Nos veremos en las Lupercalias, en el Antroxu o las Carnestolendas, nos dejaremos acosar por experimentadas colegialas de camisas entalladas, celebraremos que nunca es tarde si hay buen vino. Brindaremos por el arte y el amor.

Muchos besos a tod@s.

P.D. ¿Será pecado darle una hostia a Gonzalo Gironés, que nos provoca con su lengua polvorienta?

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Ninguna buena obra escapa sin castigo

Y llegó el día de unirse a trescientos pares de ojos para mirar en la misma dirección, la misma mañana nerviosa en que me invitaron a dar una opinión independiente sobre la dependencia. A veces creo que la querencia a las tablas del sentimiento es como la del náufrago en pos del madero que flota entre dos aguas. El vértigo de la entrega sólo puede suceder cuando ésta se realiza, cuando nos abandonamos al descenso a tumba abierta tras el placer o el fracaso.

Pocas cosas tan viciosas como conocer síndromes para sentir sus tentáculos. Yo colecciono males menores, duendes traviesos que se alimentan de mi sangre. El último tiene el nombre de Eróstato, que al parecer debía de ser un locuaz amante que hacía participar de su felicidad o infortunio a todos los que le rodeaban. Inmediatamente recordé a Jack Lemmon en "Primera Plana" cuando canturreaba a sus compañeros de redacción aquello de "Albricias dadme porque soy muy feliz", mientras anunciaba su boda como quien habla de comprarse un par de zapatos, y se relamía pensando en que, ya legalizada la cosa, secuestraría a su prometida en el último tren de la tarde. Pero, como decía una queridísima amiga, "a la vida no le gusta que le den las cosas por ciertas", y al pobre periodista el anuncio de la felicidad le costó su pérdida.

En esta sociedad de derroche perdemos también el tiempo en formarnos, en pasarnos de entrenamiento, en sobrepasar el número preciso de anclajes para vivir. El riesgo está bien para contemplarlo en la tele, o para jugar a la ruleta rusa del volante un sábado en la noche. La preparación sustituye al hecho mismo para el que nos sazonamos, y nos pasamos la vida aderezando exquisitos platillos que nadie se comerá, o que son devorados sin reparar en la dedicación y el amor con el que fueron hechos.

La voluntad, cuando no encuentra su cauce, se convierte en capricho y campa por sus respetos, tiránica y absorbente. Perpetuamente insatisfecha, poniendo mil posturas sin que ninguna le plazca.

La cruel Salomé destroza al héroe, investiga en su cabeza para ver qué hay dentro, juguetea con su lengua inerte que antaño la hiciera tan dichosa, mirando con satisfacción cómo el último suspiro del amante empaña la bandeja argentéa.

El sacrificio de vivir entero es ofrecer la testa al cuchillo del destino, templar las razones en la fragua de Vulcano, sorber con saña el plomo derretido del olvido.

Belén Ordoñez intento salvar del olvido la figura de Ana Orantes, la mujer quemada viva por su marido tras contar su caso por televisión.

Nunca olvidaré el tono entrecortado de su relato, ese poner voz y resuello a quien ya sólo puede vivir en nuestra memoria.

Parece ser que la sal de la vida se convierte en piedra de riñón, y que, como dice el profesor Burillo "El Amor no existe, sino como imbecilidad transitoria". El equilibrio rara vez se encuentra en la naturaleza, y sólo puede ser percibido tras su ausencia y por unos breves momentos.

Buscar el equilibrio es esperar a la aurora boreal sin arriesgar el Norte, sin movernos de nuestro nido de algodón.

Jiménez Burillo dijo algo que me estremeció: "los correos electrónicos y mensajes de móvil son una estrategia para la evitación, para mantener al otro a una distancia de seguridad. A nuestro alcance pero no a nuestro lado". Quizás nos guste escoger nuestro perfil más fotogénico, yo espero que en la distancia veáis mi silueta más verdadera, a sabiendas que pierdo teniéndome al lado. Pero nunca pierde el que no apuesta y yo sólo me levanto de la timba cuando estoy desnudo.

Muchos besos a tod@s.

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La Ardilla

Mirando a través de la ventana de la casita de guardavías he visto una ardilla trepando por un viejo roble casi desnudo, el carbayo al que solía atar a Kabul para cepillarle las crines. Me fijo en su espesa cola, y cómo la utiliza como contrapeso para saltar de rama en rama. Uno piensa en lo necesario que es el lastre para volar, lo imprescindible que es el peso del poso para navegar desde las profundidades abisales hasta el alto cielo, donde sólo la escarcha o el miedo puede limitar el ascenso. Hace sólo una semana contemplé con estupor a una congénere, en el desolado yermo del sur de Fuerteventura, un erial de perfil grumoso en el que las inhóspitas montañas parecen osamentas petrificadas de dinosaurios descomunales. Esta colega, con rayitas de presidiario, trotaba entre las rocas buscando no sé que comestible, justo en el límite entre los municipios de Pájara y Betancuria. Esta era la antigua capital de la isla sin árboles, la ínsula Lagartaria, fundada por el noble normando Juan de Béthencourt, conquistador además de Lanzarote, El Hierro y La Gomera. El aventurero, cansado de la vida muelle en la corte de su padre, señor de Grainville, vendió todas sus pertenencias y zarpó en compañía del navegante Gadifer de la Salle desde el puerto de La Rochèle. Su iglesia parroquial tiene un lejano y anacrónico parentesco con el románico normando siciliano de Cefalú.

Lejos de las playas masivas que parecen atolones domesticados de un mar rendido, las carreteras bordean los precipicios ciñéndolos como collares en los que, de cuando en cuando, aparecen las casitas que son cuentas de abalorio.

Muy cerca de la montaña mítica de Tindaya, que Chillida pretendía llenar de vacío, aparece en silencio el pico Muda, allí donde el dictador Primo de Rivera desterró a Unamuno para llenarlo de olvido. Lejos de amilanarse don Miguel se enamoró de la quietud y la luz del lugar, y dejó un mandado con fondos para que una imagen suya oteara la llanura desde la soledad de la cima hasta la eternidad, pero sus vergonzantes albaceas por comodidad o codicia le relegaron a ser faldero del monte, que no llega a los 700 metros, con la excusa de procurar una visita más fácil a los forasteros y una micción más sencilla a los perros.

La playa del Cotillo y su legendario rulo es el paraíso de los surferos, algunos viven a modo de comuna, con un buzón que dice: Escasa, será que tienen poco espacio para tablas y resinas varias. Los apartamentos La Gaviota son un abigarrado caserío al borde del acantilado, esperando la visita de Hansel y Gretel, con sus tejados de chocolate y sus muros de melaza. El Sunset es la opción californiana, con un tentador jacuzzi y toda un ala que sólo se separa de la preciosa playa de Los Charcos por un murete de cristal que convierte la cala en un terrario, en el que evolucionan los escasísimos bañistas y alguna paseante con los pies descalzos.

El sol siempre me acompaña, incluso cuando está nublado, también de noche, entornando sus ojos con los míos y llenando mi vigilia de plata pura.

Sueño en las viejas historias de nazis escapados de la Cancillería, que abrigados por la noche y la tiranía de Franco, llegaron al sur de Fuerteventura como etapa de su exilio dorado en Sudamérica. Los imagino aterrizando en desvencijados bimotores en el viejo aeródromo de Tetir con las manos manchadas de sangre y maletines llenos de oro hebreo. Sólo queda la vieja torre de control, como vestigio de la arquitectura autárquica y la complicidad con la infamia, que un celoso y apresurado guardián del código de circulación me impidió fotografiar.

La leyenda, recientemente novelada por Vázquez-Figueroa, habla de una casa de reposo para los oficiales de las SS que eran cuidados por cátiras complacientes. La playa de Cofete también sirvió como un discreto abrigo para el aprovisionamiento y reparación de los submarinos alemanes, igual que nuestra Concha de Artedo.

En La Graciosa el mar es turquesa y todos los isleños son familia, las calles son de arena y no hay coches. Allí habita Zorba el graciosero, a quien sus vecinos llaman Anthony Quinn por un parecido remoto.

•  Yo soy de los de Franco, pero más demócrata que nadie. Dice mientras se toma una Tropical con su novia noruega. Aborrece a los surfers.

•  Uno vino y embarazó a mi hija y luego se largó.

•  Menos mal que no traje la tabla, le dije.

•  Dale recuerdos a Arturo Fernández. Es el mejor.

En Lanzarote habita el espíritu del fuego, capaz de insuflar aire en la piedra y hacerla ligera. Los elementos pugnan con el océano y con los hombres que acuden a mares atraídos por sus prodigios. La atracción por el volcán me persigue, alguna vez me gustaría llegar a trabajar con el magma puro, dar forma a lo más interno e incandescente. Escuchar a la tierra y ser su eco.

Por cierto ya está terminada mi maqueta “Música para dependientes emocionales”. Contiene cuatro temas grabados durante el mes de noviembre, con la ayuda de los mejores músicos de Asturias, y además un bonus track rescatado del lejano 1987.

Además he de deciros que el 20 de enero debuto con picadores en una plaza de primera. Conferencio en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con el título “Arte y Fetiche, Sexo y Moral” con todo el aforo vendido. Para más información www.institutospiral.com

Besos y abrazos y un venturoso 2006.

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La Boda de Juan, la Boda de Carlos

El pasado fin de semana he tenido la inmensa suerte de acudir a la boda de Juan Hidalgo y Carlos Astiárraga, que se celebró en Las Palmas el día 14, aprovechando que celebraban 14 años de convivencia y que Juan cumplía 79 vendimias.

Una vez más en mi vida me he sentido un privilegiado por ser testigo de cómo triunfa la libertad y el amor por encima de la ley y el tiempo. De cómo dos manos que se unen acaban venciendo a la lógica oscurantista y retardataría.

El escenario, la ermita de El Pueblo Canario, el maravilloso espacio ideado por Néstor, uno de mis pintores favoritos, que hizo que el simbolismo perdiera su acento francés para hacerse guanche y cosmopolita.

El desaparecido pintor de ultramundos atlánticos y salones de placer, un dandy homosexual apresador de sueños en lienzos, estaría contento, allá en su hipotético mundo recobrado por la muerte, viendo cómo en su creación, se unen por amor dos hombres, dos machos como héroes griegos, venciendo a los dedos que señalan aquello que son incapaces de comprender. Como el mitológico rey Néstor, soberano de Pilos, luchador contra centauros, argonauta compañero de Jasón en pos del Vellocino de oro y héroe en la guerra de Troya.

Aquí el vellocino es el amor, y el oro es mantener el fuego contra el viento y la marea.

Qué no habrán tenido que soportar para llegar a este punto, pero al fin Ulises volvió a casa y se encontró a Príapo esperándole erguido, saciado de esperar por su amado.

Les casó una concejala popular con ideas propias, una librepensadora que recurrió a mi admirado Emilio Lledó para glosar que dentro de cualquier sistema ético de precedencias el vínculo afectivo es el único capaz de disolver todas las trabas. Ya podía aprender su jefe, el más que equivoco Rajoy, ese que cuando habla parece que está jugando a las damas y cuya obsesión anti-gay habla a las claras de que tal vez nos encontramos ante un inquilino del famoso armario, con mujer, hijos y olor a naftalina.

El acto gozó de una primorosa solemnidad, garantizada por un maestro de ceremonias exquisitamente protocolario a quien felicité tras la ceremonia igual que al dúo de guitarrista y cantante que nos puso la carne de gallina con su interpretación de Vuelvo al Sur de Astor Piazzola. Saludé a María Teresa Correa, una magnífica fotógrafa canaria y a Luisa, la abogada de mi querido Mandrake y a su amiga Beatriz. En el convite, celebrado en un restaurante marroquí con danza del vientre incluida, me senté con Clara Muñoz y su marido Juan. Clara ha sido, a mi parecer, una de las más brillantes plumas puestas al servicio de la obra de Hidalgo. Ella escribió que “este tesoro no puede ser inventariado salvo por un poeta, por alguien capaz de traducir los sueños, de escarbar los códigos de la memoria”. Yo me sentí implicado por esas palabras y espero no ser un traductor-traidor ni pretender comprenderlo todo y con ello aprisionarlo en la cárcel de la razón. También compartí mesa con Sergio, un artista que trabaja como docente de instituto en San Mateo, y con Pedro y José, una pareja encantadora que sería la anfitriona en la fiesta que siguió, en una espectacular casa de hormigón hierro y cristal, casi mojada por las olas que rompen en el malecón de San Cristóbal. Allí fue el vals nupcial, nada menos que Enrique Morente cantando Take this waltz de Cohen, yo bailé con Hildegarth, una dama centroeuropea que sigue a Juanito desde hace años.

La noche se desvaneció suavemente, arrullada por los vapores del ron de caña. Al día siguiente Maki me llevaría de excursión al cenobio guanche de Valerón, atravesando una vez más el cañón de Moya y las campas de Santa Cristina, desde donde Las Palmas es un juguete en la lágrima de un volcán.

Besos a tod@s.

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Luna Roja Tiempo Cálido

El veranillo de san miguel resbala lánguido por el calendario. Un ruido como de enanos llega de la pomarada, son las manzanas que caen sobre la hierba alta y crespa de la otoñada.

Los años impares, por la vecería, doblan el espinazo de los manzanos cargados de fruta. La vida se genera por los pares, sin embargo la existencia es impar, se nace y muere solo. La evolución alarga sus brazos gracias a los impares que, en soledad, convierten en fuego el roce de dos piedras. Los planetas están solos allá arriba, no piensan pero están, y esa es su única arma. Todo permanecerá aunque nosotros no estemos, como la luna henchida de rojo que conserva las brasas del sol durante la noche. Los dos se desposaron ante miles de retinas protegidas por modestas gafas de soldar, que nos resguardaban del resplandor crepuscular de su pasión cósmica.

La fuerza de aquella luz era infinita, oblicua y cenital, capaz de abrasar córneas.  Nunca es sucia la luz, son los hombres quienes la tiñen de penumbra. Apuntan a la rueda de la fortuna, cuando el hacer girar la rueda es la única ventura.

El eclipse me llevó en sus lomos desde el país de los trasgos al Bierzo mágico. Dormí a la sombra bienhechora de las templarias murallas, grabadas con la tau, ahítas de soles y lluvias. El puente de hierro de Ponferrada es ahora un brinco de hormigón sobre el Sil.  Con el hierro de la espada guardaban el oro del gigantesco hormiguero de Las Médulas, extraído gracias al agua a presión y al certero golpe de la escoda esclava de los astures. Cornatel, Corullón y Balboa, eran fortalezas de los frades del temple que guardaban los caminos para que fueran de todos.

La Tebaida berciana es la antítesis del País de Frosinor. Muy cerca de Peñalba de Santiago está la cueva donde habitó San Genadio. La modesta gruta en la que se retiró el ermitaño tras renunciar al obispado de Astorga, contrasta con la belleza de Peñalba, el templo en el que el cristianismo primitivo se mezcla con el esplendor califal, en el que la gracia de Dios se templa gracias a la destreza sublime de los alarifes sarracenos. Modesto, su guarda, esconde bajo su nombre la sabiduría de la observación, señalando como un prestidigitador los dibujos ocultos durante siglos por capas de cal, mundos extraños grabados a punzón que él lee como un Champollion contemporáneo.

De Orense me esperaban sus aguas que tiempo atrás visité también con la luna, cuando aún me cegaba su brillo y aún no me había mostrado su cara oscura y fría. Hoy me acompaña la luz verdadera y ya no soy el espejo de un narciso marchito. No podemos llorar por lo que nunca fue nuestro. Nadie puede estar a la sombra de la luna durante mucho tiempo, sólo el que dura el eclipse de la razón.

Buscando ligar ciencia y sentimiento mis pasos me llevaron al Portugal detrás de los montes, a un camino de aguas salgadas y pousadas de ensueño. Tras balnearios abandonados trepados por la hiedra, aparece el fastuoso Palacio de Vidago, una guarida de estrellas donde duermo con la hermosura, rodeado por la belleza que entra por los poros y no por los ojos. La que dura a través del tiempo. La eterna.

Muchos besos a tod@s.

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Un plan B

No hubo resaca, ni siquiera mar, no molinos de agua sustentados por volúmenes. No hay árbol que merezca morir para convertirse en libro. Sin embargo el director se puso en pie, y con una pequeña mueca de fastidio me dijo:

- "Intentaste hacer algo nuevo y te ha salido".

La sala de grados se llenó de falos: ...erguidos, relajados, negros, dibujados. Me han llamado salido por hablar de sexo y tienen razón, me he salido de mí, he roto la camisa como un gitano de boda, como lagarto que muda sus escamas harto de escamarse. Es la hora de la verdad, en realidad todas lo son. Es bueno tener la sangre fría. Abandonas la muda y sigues tu camino. Salen las lagartijas porque hay sol, ¿o el sol acude a la llamada de los batracios? Me he hartado de despertarme y ver cómo el dinosaurio nunca está allí. Tal vez mi casa es pequeña para los dos y las arañas.

Las fiestas mateas me sacan de la consola de trabajo, estoy con una comunicación para el congreso anual de arqueología industrial, no hay risas, sólo escenarios de muerte regados con sangre. He investigado fortificaciones abandonadas de la república, llenas de maleza y heladas acumuladas. El hormigón frío como mármol de sepulcro, las trincheras recuperadas por el parámo. Siempre hay viento donde han muerto los héroes, se han juntado los últimos suspiros dibujando rostros amados en remolinos de aire. Antonio, en el Mazuco, aún tiene pesadillas, con once añitos le tocó sentir el hedor de los cuerpos, que sepultaban a cientos en los boquetes de las bombas. Como a perros. La única señal es un homenaje al verdugo y tiene flores, ¡manda madre!, un nazi de la legión cóndor que ensució nuestro suelo con su sangre de bastardo.

Hablé con el hijo de un enlace de Higinio Carrocera, el jefe de la Brigada Móvil, que se batió como un cabo en la primera línea de Peñas Blancas, animando a un puñado de hombres desnutridos y ateridos en aquel septiembre tan frío, ni municiones tenían los ocho últimos apresados por la espalda por los mercenarios de la kábila,  mientras se defendían a pedradas.

Higinio nunca quiso ser evacuado y murió mirando a los ojos a quienes le fusilaban.

Voy a ver a Offspring a San Mateo, el guitarra lleva a Bush en su camiseta, con su nombre por si alguien no le reconoce: ...mentiroso.

Cantan al sueño americano que se exporta en forma de pesadilla. De un país que no sabe esperar a la gloria venidera y ofrece viajes a su paraíso de misa dominical y fundamentalismo bíblico. Ningún árbol merece morir para ser biblia. Dios aparece siempre en los labios de tu vecino, no es preciso leer en voz alta y solemne. Es tonto buscar aquello que está justo debajo de tu culo.

Me siento identificado con una canción que se titula "Conspiración de uno",  me pisan pero no importa, la adrenalina puede con la melancolía, luego suena "viviendo en el caos" o "ignición". Dibujan un mundo crepuscular que parecía muy lejano antes del colapso de las Torres Gemelas.

En el congreso conozco a un catedrático de arqueologia industrial de la Universidad de Michigan. Investiga los restos de la academia de West Point, cuando la guerra era la escenificación de una novela de caballerías sin balas de fogueo, sin presupuesto para dobles ni segundas tomas.

Después de mi intervención hablo con una profesora catalana que me felicitó, no esperaba parabienes por bucear en el dolor. Marta, una investigadora que trabaja en el País Vasco me pregunta por la fosa común del Mazuco:

- Si, allí perdieron la vida muchos vascos del regimiento de Larrañaga- le comento.

- Estamos desenterrando los muertos para darles un descanso digno, quizás pudiéramos hacer algo- me dijo.

Todo ha terminado por hoy.

También para los héroes. Ellos no tenían un plan B.

Besos a tod@s.

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Una cita con Carlos Álvarez

Hola, volvemos a vernos. Cómo os he echado de menos. Este verano he estado de trinchera en trinchera, haciendo el trabajo de campo para presentar una comunicación sobre escenarios bélicos, fortificaciones y aeródromos republicanos en Asturias, para un congreso de arqueología militar.

Aparte de trabajar cada día de ocho a tres, he terminado mi me-moría de licenciatura, y realmente casi me-muero haciéndola. Se titula "La cuestión del género en la plástica de Juan Hidalgo. Arte y pornografía." Y la defenderé en la Sala de Grados de la facultad de Geografía e Historia el próximo viernes 16 a las 11 de la mañana. Estáis tod@s invitados.

Como dijo Genet, de nuestra boca brota una orgía de palabras que copulan. Algunas lo hacen con la inocencia mancillada de las vírgenes que se estrenan, otras con la sordidez de viejas barraganas. Odio las palabras, quizás porque sólo saben joder y encarcelar el sentido en celdas acolchadas de manicomio. Extraño el tiempo en que ignoraba otras lenguas aparte de la materna. Las letras de las canciones tenían el gusto de lo desconocido, podía fabricarlas a mi sabor y no a mi saber. Conocer a cualquier precio es lastimoso, nos aparta de nuestra condición animal. Conocer es siempre ceder, centralizar lo que es autónomo, someter a gobierno lo que ha nacido libre.

Tal y como se preguntaba Cage "¿vivimos o insistimos en las palabras?". Aborrecer las palabras es un contrasentido, como el del fabricante de alfombras que odia la lana que utiliza para tejerlas. Las palabras suspenden la vida, los títulos son una sofisticada manera de engañar en letras de molde.

La vida suspendida anula un presente cierto por un futuro posible. Los posibles son excedentes de vida probable, de vida que tal vez no necesitemos nunca.

Tal y como afirma Edgar Morìn, en la historia a menudo hemos visto, por desgracia,  que lo posible se vuelve imposible, pero también como lo inesperado llega a ser posible y se hace realidad; hemos visto a menudo que lo improbable se realiza más que lo probable; sepamos, entonces, confiar en lo inesperado y trabajar para lo improbable.

Pero en realidad no es nada de esto lo que me trae a esta ventana a susurraros mis cosas.

Y es que ayer tuve una epifanía, o lo que es lo mismo, una aparición repentina de lo inefable, aquello que turba los sentidos con una sobredosis emocional.

La historia se remonta a 1857. Un grupo de burgueses adinerados napolitanos se dirigen al coqueto teatro San Carlo, un hermoso coliseo que tuve la fortuna de conocer hace cinco años, y que debe su nombre al rey Carlos III, quien antes de ser el mejor alcalde de Madrid lo fue de la capital de la Campania. Aquel día se estrenaba una nueva ópera del compositor local Saverio Mercadante, el rival más enconado de un joven parmesano llamado Giussepe Verdi.

Trataba un tema exótico y desconocido, la pugna de un rey llamado Pelayo por apartar a su hermana, Bianca, del amor del comandante militar de Gijón, el musulmán Abdel-Aor. Lo mismo que en la obra de Verdi, Nabucco, en que el tema de los judíos cautivos se llegó a comparar con la resistencia italiana al yugo austriaco, la lucha del rey asturiano y sus paisanos contra los moros, calaría en un público inflamado con los ideales del romanticismo. Su estreno napolitano fue un gran éxito, que continuó en teatros de Milán, Barcelona, Lisboa y por último en Bérgamo donde fue representada por última vez en 1864. Después se perdió su rastro hasta que siglo y medio después reapareciera un manuscrito muy deteriorado en una biblioteca vienesa. El director gijonés Mariano Rivas fue su descubridor, y quien ha rellenado lo perdido con sabiduría y sobriedad. Ayer, desde la atalaya privilegiada del palco de la prensa, presenciamos Ana Luz y yo, el reencuentro de lo extraviado, ante un teatro lleno y entregado.

El personaje de Bianca iba a ser para la Caballé, que hace unas semanas declinó el honor. La ucraniana Tatiana Anisimova tuvo sólo diez días, que pasó prácticamente sin dormir, para aprenderse el papel; Abdel-Aor sería Alejandro Roy, un espléndido tenor local que comenzó muy jovencito con su hermano con el nombre de Hermanos Roy, cantando pasodobles en la Agrupación Artística Gijonesa. El rol de Pelayo fue para el que tal vez sea el mejor barítono del mundo, el malagueño Carlos Álvarez. La orquesta Sinfónica de Asturias es un pequeño cosmos de dieciséis nacionalidades, desarraigados unidos por el pentagrama. Hacer cosas hermosas embellece, el viernes parecían un grupo de ángeles vestidos de negro. El primer atril de los chelos es para Juan Carlos Cadenas; no se puede tocar mejor, el dúo con la Anisimova nos hizo llorar, lo mismo que el del comandante militar y su amada cristiana. Es que a veces lo imposible hace florecer los frutos más bellos. Somos muchos los que fallamos en lo ordinario y damos lo mejor de nosotros cuando nos toca ser "amantes de elite", como miembros de un grupo selecto, capaces de gozar y sufrir el doble que el resto de los mortales.

QuÉ decir de la voz de Carlos Álvarez, de su color, de su anchura, de su transparencia. Nunca volveré a pensar en Pelayo como un zoquete pro-godo, recordaré las cejas arqueadas y el gesto grave de Carlos desgranando las razones de la fe y la fidelidad en contra de la pasión, las raíces contra las flores, la piel contra la espada.

Ayer, Gijón dio la talla, supo agradecer el esfuerzo titánico. Mariano Rivas esgrimía en alto la partitura, cuando el público le hizo salir por tercera vez. Mercadante se alegraría en el cielo de los compositores de segunda fila. Creedme, no era la satisfacción localista la que acercó a los que allí estábamos a los Campos Elíseos, simplemente éramos testigos de un momento épico, nos sentíamos como los descubridores conjuntos de un tesoro, no sólo de unas notas, sino de la capacidad de interpretarlas y sentirlas juntos.

No pude por menos que trepar, guiado por mi arrebol, hasta el camerino de Carlos Álvarez. Estaba atendiendo con cariño a un trío de ancianas italianas que al aparecer lo seguían por los escenarios de media Europa. Hablamos unos tres minutos, le dije que me encantaba su voz y su imagen pública, que me habían gustado muchísimo sus declaraciones de hace unos meses, cuando afirmó que él no era un maestro, que eso era algo reservado para genios como Enrique Morente. "Hay que saber reconocer el talento allí donde esté", me dijo con su voz de caoba que hizo temblar hasta los filamentos de las bombillas. Una vez más, como siempre, los más grandes también son los mejores.

Hasta pronto, espero vuestra energía para el viernes.

Besos a tod@s.

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Bienaventurados los rebeldes

Cuando llega julio, siempre sufro el mismo sobresalto, la radio despertador escupiendo la retrasmisión del encierro de Pamplona. Un desayuno con aroma a cuchillo, una ración de presente en estado puro, gratuito y salvaje. El mítico mozo que recibió seis cornadas el año pasado ha vuelto a correr, la adrenalina es más adictiva que la heroína y la violencia y el dolor no se apaga ni se destruye, sólo se transforma y se traslada de lugar, invariablemente acompañado de la sinrazón.

Algún día tenía que suceder. Londres ha pasado a ser una nueva ciudad mártir del siglo XXI, en compañía de Nueva York, Kabul, Bagdad, Basora, Grozni, Madrid… me llaman varios amigos creyéndome allí, repartí mensajes de preocupación por mi gente. Las líneas vuelven al colapso y el silencio me trae el sinvivir de aquel 11 de marzo, en el que descubrí mi conexión con alguien que se salvó de milagro de la carnicería de Atocha.

Inmediatamente se me aparece la voz de mi roomate bretona que cada día iba en metro hasta King Cross, a la misma hora en que todo explotó. Yo mismo tomé varias veces esa línea. Recuerdo estremecido las ocasiones en que nos quedamos parados en medio de un túnel por “razones de seguridad”, o lo que es lo mismo, porque habían encontrado un paquete sospechoso en alguna parte del trayecto. No me quería imaginar lo que sería evacuar el tren, a través de unos túneles tan angostos, que prácticamente permiten solo el paso del convoy. En una de aquellas alarmas, la parada fue tan prolongada que la claustrofobia me venció, y la angustia se apoderó de mí, por no poder llegar para recoger del colegio a uno de los niños que cuidaba. Mi sudor olía diferente, como si la inquietud quemara otros materiales distintos a otras veces. El relato de un superviviente buscando sus manos no me deja tranquilo, y el odio por los que mandan se abre paso a raudales. No hay muertos de segunda, eso es lo que nos explican a fuerza de dolor los muchachos del turbante, que se rebelan contra un tipo de cambio de la sangre, que se paga a razón de un soldado americano por cada mil civiles iraquíes. Alguien dirá que hago demagogia, pero por lo menos hago algo. El mundo es una escuela de odio y mansedumbre a partes iguales, y yo me cago en las bienaventuranzas, renuncio a ser manso, como los que guían la manada por las calles de Pamplona hacia la muerte segura.

Amo Londres como apoteosis de la diversidad y clavijero desde el que se tensa y se relaja el mundo. No me importa que los punkis no sean como los de los setenta, los actuales parecen puestos por el ayuntamiento. Hoy recuerdo las parejas de góticos vestidos de negro Biblia, paseando, o mejor dicho desfilando, por los canales de Camdem con la majestad de quien se sabe protagonista en la ceremonia de la diferencia.

Allí los obreros llevan tatuajes y un pendiente en la oreja y las muchachas de cincuenta van cantando canciones de los Animals . Los unos son como los corsarios de Drake, con el pelo liso cortado a la bacinilla, y las otras se aprietan contra sus corpiños como las cantineras del puerto.

Amo Londres por que su pureza le permite mezclarse con los otros sin miedo a disolverse. Amo Londres y odio a los hombres que han intentado partirle el alma, cegar los túneles por donde circulan laboriosos sus habitantes de mil etnias, como hormiguitas aplicadas y corteses, como flemáticas abejas que soñaron el olimpo. Ellos no despertarán, y a mí no me dejan dormir.

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De cerámicas Lencas, debates y ausencias

Sí, me dijeron que allí habitaba la fortuna envuelta en ropas de oportunidades únicas. Crucé el dosel de la noche en un autobús gris, una tarde gris. Ya cuesta trabajo encontrar plaza. De Asturias se marchan hasta los jubilados, esto no vale ni siquiera para los que no necesitan trabajar.

El cansino autista está ronco de anunciar que cruzamos la frontera de Villalpando. En el antiguo enclave templario templamos nuestro ánimo con café para no dormirnos y tilo para soñar que hay algo detrás de la noche.

Los Greyhound norteaméricanos, por cierto ya finados, al menos eran rojos, no grises polvo. Yo siempre huí de los grises: primero en la Gran Vía pidiendo libertad y amnistía (y una tía cada día, tenía 14 añitos); ahora me subo en una joroba de ese color, con ruedas de caucho de alguna selva esquilmada que me sacan de una estación y me llevan a otra. Yo querría vivir siempre en verano, lejos de estos adefesios urbanos que saben a adiós y huelen a gasoil a medio quemar. La variante ferroviaria no va a cambiar ya nada. A Madrid debían poner un ascensor, una lanzadera como el cañón del hombre-bala. Es tarde, siempre llegamos tarde y mal, muy mal.

El equipo de leyendas urbanas no daba para mucho: estudiantes, algún opositor con cara de folio, una señora que va a visitar a su tía maruja, cuatro africanas que cambian de plaza y prostíbulo, alguna otra peripatética sudamericana y un par de vagos chulos. Sacar el portátil en este ambiente es una provocación, pero no tengo cds piratas ni gafas de las de quedarse ciego, que vender. Pulo los sueños como un goliardo neolítico. Me veo en el centro de la tierra de nuevo, buscando un poco de magma para darme un baño templado.

En Villalpando también paró el Real Sporting de Gijón, me cruzo con Quini, el sí que es una leyenda y no tiene ni para pagar la luz. No me gusta el fútbol, es parte del pan y circo, pero a una sociedad que no tiene ni para circo le llegará a faltar hasta el pan.

Jorge Martínez me invita a su concierto en la sala El Sol, el portero lleva un emblema de la Gestapo, no me considero violento pero me apetece arrancarle los ojos y luego pisarlos. Jorge me saluda por el micro en plena actuación, y unos ecuatorianos que parecen de la mara de Quito me miran con envidia.

- ¿Le conoce?

- Sí, desde siempre.

- No me diga que es de Gijón.

- Sí.

Los gijoneses en un concierto de Los Ilegales somos aristocracia, respetados hasta por el más sanguinario delincuente, como cuando arrinconamos al Madrid en la liga del 79. Es malo perder una liga, pero peor es perder una pierna.

Los ecuatorianos merecerían ser socios de Hiram Walker por su manera de pegarle al agua de fuego. Ellos tienen alguna copa de más y yo un tatuaje de menos. Me animo con dos horas de rock & roll. Jorge tenía razón, a lo mejor por eso le llaman "el loco". Europa ha muerto y los valses de Viena tienen una caja de ritmos por debajo. Sus fans le animan al grito de "cabrón" y él le da al güisqui para ensuciar su voz recortada por los sórdidos riffs de su vieja stratocaster, la guitarra que ha visto más rayas que una tapa de cisterna del Gavanna.

Bajo al camerino y me saluda diciendo:

- Hombre, Rubén, abran paso al líder de Moñica (mi primer grupo de rocanrol 1979-80).

Me arrima una botella de Johnny Walker y me riñe por no beber.

- Macho, te la pasé para beberla no para mirarla.

- Yo creí que la rellenabas con trina de manzana.

La cosa continuó con una exposición de cerámica Lenca (grupo indígena hondureño), organizada por Sable en el hotel Wellington. Nos dio la madrugada colocando las piezas, pero la promotora y Honduras, tierra de promisión cuyo nombre obedece a un capricho de Colón, lo merecen.

La semana culminó con un seminario internacional sobre gestión cultural. Lo más florido de la administración cultural pasaría por el salón de actos de la UNED.

El primer día me abordó una señora encantadora de acento cerrado y sonrisa abierta, que resultó ser la ex ministra de cultura de Canadá Sheila Copps. Le cuento que tengo familia allí y ella se interesa por todos los detalles mientras me pide ayuda para birlar alguna señal de wíreless circundante, pero justo cuando google nos iba a mostrar su vientre relleno de enlaces, el ente correspondiente nos pidió una clave. Sheila se quedó sin saber si a su hija le habían dado la beca.

Lo que siguió en estos tres días daría para una entrega exclusiva pero no sé, la verdad es que no me atrae nada recrearme. Yo suelo decir que la falsa modestia es soberbia verdadera. Los falsos modestos no sólo están tan pagados de sí mismos como el que más sino que además creen que son capaces de engañar a los otros sobre su auténtica valía y que, de repente -nada por aquí, nada por allá- con un movimiento de cadera harán darse cuenta al respetable que detrás de aquella capa de humildad impostada lucía una brillante aunque oculta personalidad, uf! Demasiado trabajo al servicio de la más rancia moral judeo-cristiana. Pues sí, triunfé en el seminario y no tengo reparos en reconocerlo, y compartir el éxito con quienes me conocen y, sin embargo, me quieren.

Os he abierto mis armarios cuando en ellos habitaba la tristeza y la melancolía, no sería sincero ahorraros los buenos momentos por más que algún ciclotímico me acuse de ser uno de los suyos.

El segundo día ví como el conferenciante de la universidad de Montpellièr atravesaba la sala con paso decidido hacia mi asiento, ¡todavía me respigo! Venía a felicitarme por mis preguntas y el análisis que hice sobre el papel del ministerio de cultura en Francia. Ese mismo día me fajé como un león con el ex ministro de cultura de Colombia.

- La protección a la diversidad es un falso mito de progreso promovido por las élites locales en su propio beneficio; estas élites tienen un discurso de consumo doméstico, mientras que sus verdaderos intereses se sitúan en lo global, o algo así solté. Bombazo en la línea de flotación del criollo (va por ti Sagrario de quien tanto he aprendido en tan poco tiempo).

A partir de entonces ya era Rubén, o "el amigo asturiano" en plan paternalista con el montuno francotirador que se conducía con tal desparpajo e incorrección política.

Estreché la mano de un divertido Jack Lang, el azote de la derecha francesa desde el ministerio de cultura más intervencionista del siglo pasado bajo la férula de Miterrand.

Pero la apoteosis llegó el día de clausura, la mesa era un poema: un subsecretario de cultura, otro de exteriores, un académico de Bellas Artes de San Fernando, un profesor de la Carlos III y un moderador. En fin, el caso es que tuvieron que pedir la hora.

Al terminar descubrí con incredulidad que media docena de personas querían hablar conmigo; una funcionaria del ministerio de cultura (muy guapa por cierto), una catedrática de arte de la UNED, una directora de museo paraguaya, un homologo uruguayo. El director del curso me felicitó personalmente por mis intervenciones, el ex ministro colombiano dijo puxa Asturias y que su tercer apellido era Arango. Cuando iba a hablarle al populista criollo de la Torre de los Arango en Pravia, se acercó Sheila Copps y me dijo estas palabras que nunca olvidaré:

- Rubén eres un auténtico revolucionario, el mundo sería mejor si hubiera más gente como tú.

Luego me plantó dos besos y me entregó su tarjeta de visita invitándome a verla si me acercaba por Ottawa.

El paseo en twingo por las mejores cervecerías de Chamberí, con el sin par Salvador Muñoz como cicerone, puso el cierre glorioso.

La llamada de la productora televisiva rechazando amablemente mi proyecto por falta de equipos de grabación puso la nota triste. En fin, como decía García-Calvo "enorgullécete de tu fracaso pues sugiere lo limpio de la empresa".

Mañana batukada con Carlinhos Brown en la Castellana, a favor del matrimonio homosexual y contra la intromisión de la iglesia en el lecho de la sociedad civil.

Ignacio, felicidades por tu boda, no todos pueden casarse a pocos metros de la tumba del primer rey bobón.

Mañana regreso a Asturias, al fin y al cabo en Madrid no estaba ella, sólo su sombra, siempre fresca.

Gracias por estar ahí.

Besos a tod@s .

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Ayacata es un cruce de caminos

Ayacata es el ombligo de Gran Canaria. Un ombligo de piedra a más de mil metros de altitud. No está cerca de ningún sitio, sólo del cielo. La lava dibujó dos rocas gemelas que lo acarician y se bañan en mares de nubes. A sus pies está el refugio de Juan y Carlos. En su casa huele a bosque y siempre es navidad. Cada mañana Juan enciende un collar de luces de colores en un ángulo del salón. Una mañana las encendí yo.

El mundo llega aquí vía satélite, gracias al internet rural que ocupa el antiguo tele-club en el que, durante años, los ayacatenses se reunían para ver la caja tonta en familia.

Hoy además de reuniones vecinales, velatorios y algún cursillo de tricotosa, alberga otras cajas no más listas que nos permiten comunicarnos con Nigeria si nos da la Ghana.

En el maravilloso jardín zen me hablo con el mundo sin hilos. Sin ataduras de cortesía, raza o credo. Sin tiempo ni motivo, sólo el gusto de la soledad compartida, radiante. Intercambiando el gesto en lingua franca con otros solitarios del orbe.

Como decía Miguel, cada noche viene una estrella a hacerme compañía. Las charlas con Juan son sabrosas, salpicadas de anécdotas. Sus palabras engolosinan, y un figquito de su labia equivale a un trimestre en las aulas.

Mientras estaba en el minúsculo trozo del jardín con cobertura me llama Juanjo Mintegui desde Gijón, me han concedido una subvención para utilizar el estudio del Taller de Músicos para grabar mis canciones, él será el productor. Estoy encantado.

Me siento un privilegiado y, como siempre que he tenido algo, el placer se duplica al compartirlo.

Las latillas de cerveza Tropical riegan nuestras conversaciones y el colofin lo pone una buena fabada que convierte esta hacienda de las nubes en un llar de cantábricos aromas.

Maspalomas es un pueblo alemán al sur de la isla. Un Gibraltar a la diosa del billete que en vez de roca tiene arena y dunas amordazadas en vez de lavado de capital.

Visito el hotel Playa Meloneras, un mamotreto de lujo hortera, allí me cruzo con el zafio profe de música de "un paso adelante" que busca que lo reconozcan los giris que lo ignoran tras unas monumentales gafas de famosete.

La laguna me parece más triste y sucia que la última vez que pasé por aquí, y los bávaros más gritones y embadurnados.

También visito San Mateo, lugar en el que mi amiga Guaya, que nos dejó más solos hace un año, pasó una adolescencia que tantas veces recordamos juntos. Café a 70 céntimos y chicos fumando porros en el parque, nada de particular. Bueno sí, un espectacular macizo de madreselvas en flor que me vuelven a llevar a paraísos de los que alguna vez fui expulsado. El hotel "La Cantonera" es lo opuesto al decorado cinematográfico de Maspalomas. Un lugar amable absolutamente local, con museo etnográfico y sala de exposiciones.

Hubo tiempo para salir del retiro y asistir a un vernisage en la galería Artefacto de Las Palmas. María Corral se atreve con un blanco y negro puro que devuelve a la tierra sus más ciertos reflejos. Allí conozco a Myriam, una chica francesa que estudia arquitectura y a su novio, Maxi, un futuro sociólogo que no parece muy conforme con que su chica hable a las bravas con desconocidos, en fin, otra vez de espabilanovios. Les acompaña la filóloga Estrella que cuando se ríe convierte sus bonitos ojos en dos rayitas.

Sagrario me propone colaborar en el anuario de humanidades de la Universidad de Las Palmas que ella coordina. Me despido de Hueso, Laurita y Maki. El avión no espera, pido prórroga pero el partido ha terminado y he de partir, que, como su nombre indica es dejarse un trozo tras de sí y llevarte otro arrancado contigo.

Me despido de esta isla transparente en la que fui feliz.

En Madrid me aguarda la voz de Enrique Morente que actúa en el WOMAD de la Casa de Campo, una demostración más de que Dios existe y se manifiesta.

Sus palmeros tuvieron que quemar un Mercedes 200 para llegar a tiempo desde Andujar. Conozco a María y Cari, me reencuentro con Sable y Alberto.

Recogemos a Bea a un paso de Nueva York (sé que lo conseguirás), me rompo una sandalia bailando con un grupo de hip-hop senegalés. Al salir saltamos las barreras del metro al grito de "aquí no manda Gallardón".

Luego en el Marula, bajo el viaducto de Bailén, famoso por sus suicidios, renazco. Llega la epifanía que aparece cuando menos la buscas. En el Berlín Cabaret Eva me ofrece la manzana más sabrosa del árbol de Venus ¡que rica! La travestida del ropero me dice que le gusta mucho mi tocado. La reconozco. Es una de las falsas guitarristas de las Diabéticas Aceleradas que vi teloneando a Alaska en Avilés. Se lo digo y queda encantada, luego que me da un par de consejos sobre mi vestuario (otra vez) y como pegar la sandalia, le doy un par de besos y me pierdo en la noche azul paraíso.

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Las Palmas huele a banano

Atravieso la nacional 6 mientras Alonso pone a Asturias de nuevo en el mapa. En Moncloa un avispado intenta mandarme a un mundo mejor. Sable me espera de mudanza, ideal de mechas y de lunares simétricos, luego quedo con Lena, una amiga siria arquitecta. Bromeo con ella diciéndole que es una agente del mosad desapercibido y políglota, a pesar de su master español no puede ejercer su profesión aquí y vive de enseñar lenguas vivas. Es cristiana antigua de las que juran en arameo. Nacida en Aleppo ha recorrido el mundo y ya no se cree nada. Me invita a pasear por las murallas del ribat de sus antepasados, pero aquí lo más parecido que tenemos en el templo de Debod.

El lunes tengo una reunión en una revista, tiene coña, se llama Estar Bien, ¿extenderán certificados? ¿podré incluir lo que publique en mi currículo? Bueno, por algo se empieza, primero haré los viajes, pero mi meta está clara, el consultorio sentimental, me veo envuelto en la piel de María, sufriendo con ella los embates de lo conyugal.

La reunión resulta encantadora y la directora me encarga un par de reportajes. Desde las ventanas se ve el Palacio Real, fastuoso y deliciosamente prescindible como todos sus ocupantes pasados y futuros. Estoy de suerte, esta noche ceno con el mago Mandrake, luego dormiré en su mansión de las afueras. Todos saben que es alto pero la cercanía me permite verlo más pequeño y terrenal. Va a quitar todas sus fotos de casa, me parece una idea excelente a pesar de que hay alguna mía. A veces el lastre nos impide ir más deprisa y la vida es muy corta para confundir la arena con el polvo de oro y el halago con la gloria. En su gabinete de las maravillas nos dan las mil, le descubro algún vericueto en la red que le pone los ojos a cuadros, yo ya los tengo de mano. Hablamos de realidad, de ficción, de límites. No llegamos a la teoría del cierre categorial de Bueno pero tampoco importa. Somos dos minúsculos granitos de pimienta que tienen miedo y se tienen que conformar con tres horitas de sueño. Un ratito más tarde vamos juntos a Barajas, tú a Las Palmas y yo a Barcelona. Un par de cabrones han facturado y no han embarcado, tienen que buscar sus equipajes y arrojarlos a la pista.

Con un retraso considerable aterrizamos en Gando, mi amigo maki me está esperando con la escopeta cargada de humor británico y coña asturiana. El primer encuentro no puede ser más premonitorio, veo de reojo en un bar al mismísimo Leopoldo María Panero desdentado y profundo bajo un mar de humo y colillas. Está en la cafebrería Esdrújula, en pleno barrio de Triana.

"Con mis dedos aplaco la furia de mi mente
y el verso dibuja en la sombra un lugar
donde no estoy yo ni está el hombre"

Al día siguiente iré a Ayacata, el ombligo de la isla, donde vive uno de los artistas vivos más brillantes de las españas. Los niños gritan ratataplanes en los portales umbríos. El gabinete literario es la cáscara hueca de lo que un día fue la ilustración isleña, pacata y provinciana, faro entre la desdicha de una tierra en la que afortunado era tan sólo quien la visitaba y quien la abandonaba. El cañón de Moya ofrece su herida abierta hecha paisaje, los caminos de lava están sembrados de casitas y las dulcerías ofrecen golosinas que chorrean almíbar.

Los berodes apostados en los sillares me traen recuerdos que quisiera olvidar. Estas plantas endémicas se agarran a las piedras como náufragos en un mar de lágrimas, absorbiendo el mínimo alimento de entre las rendijas, buscando con ansia el más nimio residuo de materia orgánica para alimentarse de él. Prefiero los tajinastes, que sólo florecen una vez en la vida. No hay nada peor que una primavera falsa. Mañana será el gran día.

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Regreso de Albión

He vuelto de Albión repentinamente. Me reclaman compromisos anteriores que no pueden esperar. Atrás quedan Priscila, Jena, Paula. Nunca prometas nada en el chat que en un momento dado puedas cumplir. Nos pasamos la vida intentando adelantar a nuestra propia sombra. Somos como primates que cuanto más suben en el árbol más enseñan el culo. Después de cinco autobuses y un avión me encuentro arrastrando mi trolley por una caleya llena de cucho camino de casa. Al día siguiente tengo que ver los tres episodios del documental que llevo entre manos durante los últimos cinco meses, me encanta, al final llevará música de MU ¡bingo! Ya lo veía con la típica ambientación historicista de arpas pseudoceltas y salterios falsamente medievales. La música será buena o regular pero al menos es de este tiempo.

La voz de Carlos Rodríguez me encanta, él fue el que me hizo la primera entrevista en radio nacional, cuando yo tenía veinte añitos y era tan fresco que en vez de hablar me escurría. Casi nunca había escuchado algo escrito por mí tan bien dicho, como un fraseo de Miles Davis. En sus notas, como en las pausas de Carlos, uno podría quedarse a vivir.

Con la tranquilidad de tener a la criatura encarrilada me acerco hasta Helguera, un pueblecito de Cantabria donde tengo que visitar un hotelito con encanto y hacer una crónica de las de a seis euros la línea. Cada habitación tiene un nombre de escritor, me hospedo en la Benito Pérez Galdós, ojeo el Caballero Encantado en la espaciosa solana que rezuma de grillos y azul, la cena es una maravilla y el desayuno una apoteosis, el dueño me lleva a otro hotel de su propiedad en el pueblo de Tresgrandas y luego me doy el primer baño de la temporada en la playa de Pendueles.

Al día siguiente tenemos la grabación del himno de la Kopa Amerika en los estudios Eólo. Rubén y Martín llegan por los pelos para tomar unos planos para el documental que vamos a hacer sobre el evento. La Kopa, que empezó como un simple scherzo náutico se ha convertido en su octava edición en la más poblada del cantábrico ¡24 barcos! Se dice pronto. Todo es perfecto pero son las siete de la tarde y me esperan a cenar en Salamanca. Cuando llego, la cocina del Castillo del Buen Amor está ya cerrada pero el portero de noche me prepara una bandeja de mimbre con una ensalada de canónigos con foie, vergel de ibéricos, pirámide de chocolate amargo y media botella de rioja del 95. Al día siguiente, Giovanni, el director me informa de mis derechos: tengo toda la libertad del mundo para hacer un pequeño libro sobre el hotel.

-Pide lo que necesitas, una docena de tulipanes bermellón, una cascada de fruta, confiamos en ti.

Luego el tema deriva hacia el mundo de la elegancia masculina, no en vano fue durante un tiempo director de Dior España. Todo surgió cuando desapareció en el cuarto de baño de su despacho rehaciendo el nudo de su corbata.

-Esto lo hago dos o tres veces al día, sé hacer unos diez nudos diferentes, algunos son más propios de la mañana, otros de noche, los hay informales, de fiesta, cargados a la izquierda... y que decir de los cuellos camiseros, hay otra docena, este es italiano, no ves que hace una uve.

Después de hablarme, con más sentido didáctico que soberbia, de sus cincuenta trajes y doscientas camisas, decido, si no tirar a la basura todo mi guardarropa, sí por lo menos aparecer ante él de riguroso sport. Antes de regresar a Asturias me presenta al propietario del castillo, un hombre imponente que me mira como un médico especialista al que le presentan un caso difícil. Lo dicho, polo y vaqueros.

De vuelta en Gijón, llega el día de la regata. Nos dirigimos al espigón para hacer barco-stop. La tripulación del Tigre Juan acoge a Martín con una cámara. Rubén y yo rodaremos la salida y luego iremos por carretera hasta Lastres donde nos espera una motora que hemos alquilado por dos horas. Hace calor pero el resol no es nada fotogénico. Tras una hora de navegación hacia el oeste nos encontramos los primeros barcos a la altura de Tazones, media docena de velas jugando a la geometría con el horizonte. Tenemos que bordear nasas y aparejos, el Universidad de Oviedo Isastur va delante y al final vence, ya en tierra, estrenamos el himno ante el jolgorio general, algunos critican que sea demasiado largo, demasiado alegre. Demasiado himno.

La fiesta dura hasta el amanecer, rodamos sustanciosas entrevistas, Antón está estupendo, los gallegos señoriales, Hernán del Frade simplemente cumbre. Hay opciones de venta del documental a la tele gallega, pero me haría falta un replicante para hacerlo todo. Tenemos casi tres horas de imágenes. Después de ponernos de acuerdo en el montaje yo me vuelvo a ir, el Castillo de Buen Amor me espera, concretamente la habitación 20 que da al patio renacentista.

Todo está en su lugar, a falta de modelo convenzo a la novia de Giovanni para que pose para mí, una espectacular morena de más de uno setenta, pelo ondulado y ojeras de leer, o de amar. Me dice que no tiene nada que ponerse, pero yo le ofrezco un mantel de bordados de Chantilly, que llevaba para las fotos de mesas de comida.

-¿Que me quieres vestir con un mantel?.

-Si pero un mantel de 25 mil pelas, palabra de honor.

La sesión fue estupenda, el jefe de cocina me preparó platos preciosos, yo le había pedido sobre todo estética, si no eran comestibles mejor, así no habría tentaciones.

Después de dos días y dos noches a base de marisco de Huelva, jamón ibérico y solomillo de Ávila y casi 500 fotografías tomadas me marcho a Salamanca capital, allí me espera Mónica, una de mis más queridas compis de promoción que está haciendo un master de gestión cultural. Vamos a la universidad, la casa de las conchas, la plaza mayor. También a la cafeta de filología, "las caballerizas", frecuentada al parecer por la recientemente preñada de España. Dios mío, otra boca que alimentar.

Luego nos espera Candelario, concretamente La Posada de la Sal, guarida de ángeles donde me esperan algunos viejos fantasmas y mis amigos Josechu y Luis.

Me ponen la carne de gallina cuando me enseñan el artículo que publiqué sobre ellos en un atril de la recepción.

-Es lo más bonito que han escrito sobre nosotros, cabrón.

Bromea Josechu. Vuelvo a la habitación número cinco sin pestañear, allí donde comencé a querer sin sentido. Creo que el primer mes de una relación es el avance en miniatura del resto. La exageración convierte lo importante en irrelevante. Cuando lo único que hacemos es mirarnos el ombligo tan sólo amamos del otro nuestro reflejo invertido. Y a veces la inversión no renta todo lo que nosotros pensábamos.

La Alberca aparece oscura tras una curva, en medio de la nada, como un parque temático en que los visitantes corretean felices con jamones bajo el brazo.

De vuelta en Salamanca nos esperan Miriam, Cris, Alma y Vanessa, pescaremos a Candy por el camino. En Desperado, las hormonas sueltas podrían dar varias veces la vuelta al mundo, allí pruebo el licor de piruleta, el licor de las lolitas, a partir del segundo te regalan una piruleta para mojar. Luego vamos al Harley, Camelot, etc. uf!

Con los ojillos pegados tiro para Madrid, es domingo 8 de mayo, y no os quiero cansar más.

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Desde Brighton

Los acontecimientos se han acelerado. De la contemplación he pasado a la acción. He cogido uno de esos trenes que antes sólo veía pasar. Un tren azul que me llevó a Brigthon. No hay mods ni rockers. Ni siquiera hay turistas. La quimera de hierro del West Pier aguanta como una ruina orgullosa tras ceder a una de las mareas que venía soportando desde 1823. Este era uno de mis lugares míticos desde el lejano invierno de 1977 en que me metí en un cine madrileño para ver la que sería mi última sesión continua: Quadrofenia. Hacía mucho frío y en el internado no había calefacción. Así que la vi dos veces. Me encantó ese melodrama neorromántico en el que un jovencísimo Sting, recién terminada la carrera de historia (para que veáis lo que hacen algunos al terminar), lleva una doble existencia: por un lado la música y por el otro su trabajo para sobrevivir, como botones en un hotel.

La trama coincide con la revuelta entre mods y rockers de 1964. Aquel agosto fue muy caluroso, los ánimos estaban tan caldeados que ni los ríos de cerveza bebidos fueron capaces de enfriarlos. Durante aquellas bank holidays se habían citado cientos de chicos con ganas de acción. Volaron las primeras piedras contra los mods y sus lambrettas, la munición no era precisamente escasa (la playa de Brighton es de cantos rodados). Los mods respondieron arrojando hamacas sobre los rockers. En poco tiempo la exigua policía local quedó desbordada y tuvo que pedir refuerzos. Al final más de 90 arrestados y muchos contusionados ejemplificando la lucha de clases entre pijos y proletarios.

Sting tira por la calle de en medio y se despeña con su motocicleta por los acantilados de Seven sisters . “Que pena la moto”, dice alguien a mi lado.

Brighton no deja de ser una ciudad del sur, una localidad balnearia donde se solazaba la oligarquía victoriana, obnubilados con el cinematógrafo, los baños de mar y los espectáculos de variedades.

El museo local me obliga a revisar mis conceptos sobre lo ecléctico. Aquí hay desde unas prótesis de silicona sin dueña conocida a un pabellón dedicado al diseño y las artes decorativas. Vitrinas que muestran el atuendo de las tribus urbanas, con un traje de cuero verde puñeta de Brian Ferry (yo le vi cantando con él en los 80), equipaciones completas de punki, gótica, skin head, neo-victoriana, mod, rocker, techno-punk, teddy boy, skater, cool boy, medieval school-girl (pobres padres), y hasta los “pantalones felices” de Lisa Newham, una conocida hippy de la ciudad, (la nota de comentario de una niña de diez años no tiene desperdicio “son como los que yo uso para ir a la cama”). Todavía hay esperanza.

Hay ropa para probarse ante un espejo enorme, una historia del tatuaje y del piercing, y un panel que te escupe la pregunta ¿Qué es lo que no te gusta de tu cuerpo?... y ahí va la gente y rellena un cuestionario que queda para la posteridad (alguien puso “la cera de los oídos”, lo prometo). Pero no os creáis, de repente en una sala y sin venir a cuento aparecen tres cuadros de Richard Serra, otros tantos de Frank Stella, dos de Pissarro y otro par de sir Lawrence Alma-Tadema. Lo más increíble es la nota que acompaña a las dos piezas de Anthony Caro: “Toque con cuidado, las esculturas tienen los bordes muy afilados”. Tiene gracia el cartel, me provoca más que las piezas de mi querido Anthony, “viva con cuidado, la vida tiene muchos bordes”. Pero está a años luz del Guggenheim donde me riñeron por soplarle a un móvil de Calder.

Con esto, la visión idílica del Royal Pavillion de Nash y 170 fotografías hechas, regreso a casa.

Rock, birras y exposiciones también han cogido sitio. El domingo los amigos de Metal Works , una formación con recortes de Judas Priest e Iggy Pop Band, me recordaron donde estoy, o tal vez me dejaron sin saber muy bien donde estaba. Ayer fui a ver la banda de Michael Schenker, (el ex-guitarra de U.F.O. y Scorpions). El bajista Rev Jones sensacional (me tiró dos púas). Merecería una entrega para él sólo pero no quiero aburrir al personal. De soledades y galerías, no me puedo quejar, la Tate, la National, el Brittish, y la Colección Saatchi en el City Council, (gracias Ignacio, la instalación de Wilson genial).

Me hace gracia, alguien me escribió que iba a volver con un barniz londinense, yo que pienso que lo que lo estropea todo es precisamente el barniz.

Gracias. Besos y abrazos.

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Spring in London

Ya estoy de vuelta en este clavijero cósmico, aunque esta vez sea por poco tiempo. El Hampstead gris que dejé está cuajado de flores. Los niños salen de la escuela como racimos de uvas, transparentes, con su gotita de miel intacta.

John me invita a su casa a ver videos de viejas glorias del rock & roll, y me enseña su entrada para ver a Cream, que se reúnen después de treinta años.

El municipio se quiere cargar uno de los árboles más viejos del barrio. Calculan que tiene más de doscientos años. Tienen miedo de que se caiga, y todo porque se ha torcido un poco buscando la luz. Está claro que desviarse siempre tiene un precio. Yo creo que no pueden soportar que sea más hermoso que los cochazos que aparcan debajo. Por las calles han aparecido carteles que animan a los vecinos a que lo salven con sus firmas. Al final la presión hace efecto y el árbol que presenció los paseos de Keats, Stevenson, o Blake seguirá en su sitio. La sentencia que si se ha cumplido es la que ha aupado a la silla de Pedro a un ex componente de las juventudes hitlerianas, un inquisidor general que amordazó a Leonardo Boff y tiene alergia a la libertad. Su propio nombre lo dice, Benedicto, o sea el que dicta el bien. El que ordena la ortodoxia y el recto proceder. Este debe ser uno de los nombres más escogidos en la historia del pontificado, lo que le vincula más al pasado que al futuro. Los milenaristas lectores de Nostradamus están de enhorabuena, éste puede ser el penúltimo papa. Según el profeta el último será "el papa negro", africano o jesuita. Yo apostaría por la última opción porque conozco bien su alto poder destructivo. Si alguien puede desmontar este tinglado es un miembro de la Compañía de Jesús. El anterior Benedicto fue obispo de Roma durante la I Guerra Mundial en la que mantuvo una exquisita neutralidad típica de la iglesia. Boff que, muerto el polaco, ya recuperó el habla, ha dicho "espero que se preocupe más de la humanidad y menos de la iglesia", poco hay que añadir.

Tal vez Benedicto XVI no dure, ya es muy mayor. Parece que el Apocalipsis está a la vuelta de la esquina, poneos a bien con Dios, o al menos con vosotros mismos que viene a ser lo mismo.

Tras un viaje, con accidente incluido (nuestro autobús fue embestido por una furgoneta), he llegado a Oxford, concretamente al alegre suburbio de Cumnor, con rubias despampanantes que lavan su deportivo rojo en minifalda y tacones, y una biblioteca pública que parece sacada del mundo de pin y pon. Hoy es San Jorge y en el pub hay una fiesta benéfica para recaudar fondos para el hospicio local. A un chelín la apuesta, se trata de adivinar cuantos dulces contiene la caja. Puaj! son nubes. Espero que no me toque. Que alivio, he dicho justo la mitad.

Descubro con tristeza que han cerrado el outlet de The Cult, la tienda más cool de la ciudad. Ya que mi presupuesto no me alcanza para vestir mi cuerpo opto por cultivar mi espíritu. Me dirijo al New Theatre, Vladimir Ashkenazi dirige un programa muy apetecible, Händel y Elgar, el pomposo y circunstancial autor de las Variaciones Enigma, que se basan en un tema que en realidad nunca llega a aparecer. Toda la pieza es un preparativo, un preliminar, puede decirse que simplemente describe musicalmente la presencia de la ausencia. Sólo quiero entrar no llevarme la butaca a casa. Bueno, como no podemos comprarlo fresco habrá que tirar de conservas, tres cds por diez libras me parece perfecto.

Luego me interno en la tienda de la Virgin y me hago con el último de Tom Baxter, un cantautor que me dejó sencillamente alucinado cuando tuve la suerte de verle en el Apollo Hammersmith en noviembre.

En Waterfield´s encuentro una primera edición de Limones Amargos, de Lawrence Durrell, la mejor descripción del alma de Chipre escrita jamás, descatalogada en español, ¡qué caro!

En el teatro de la plaza Gloucester hay un casting para el coro y cuerpo de baile de la comedia musical Me and my girl, todo está lleno de adolescentes y sus padres, mezclados con unos pijos universitarios que juegan con unas pistolas de agua absolutamente atómicas.

En ningún sitio hay pijos como los de Oxford, cuanto más mierda tienen sus tenis de adidas más pasta tienen sus padres. Algunos utilizan sus corbatas como cinturón, como el cónsul del Bajo el Volcán de Lowry. Otro la lleva colgada, pero toda ella es un nudo amorcillado, pero nadie puede decir que no lleve corbata.

El mítico pub The Turf está cerrado por obras, aquí se citaban a escondidas Elisabeth Taylor y Richard Burton. En la pizarra aparece la leyenda Educación en Intoxicación. En fin.

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Se apagó una llama lejana

Sólo soy un bicho que aletea intentando sortear la superficialidad dominante. No creo en sonrisas falsas. Unas muestran de forma fugaz el brillo del alma, y otras enseñan el único fragmento visible de la osamenta de su dueño. Son como la sonrisa perenne de un esqueleto que no puede ocultar su ausencia de carne.

Mientras una llama demasiado lejana agoniza, acompañada de una paloma espiritual sobre un trono de tierra y oro, recibo una llamada para que me sume al petardeo. Acompaño al terco abuelito polaco en su afán de morir con las botas puestas, con el solideo mudado en cachirulo baturro, tal vez arrepintiéndose por criticar los preservativos en África, dar la sagrada forma a Pinochet o condenar la teología de la liberación. Lo que queda en mí de monje gnóstico y libertario reza unas torpes avemarías por el fin de la agonía del carismático y fachorra obispo de Roma, empeñado en que el dolor puede considerarse un valor de cambio que redime a quien lo sufre callado. Si el dolor fuera una fuerza del alma y la telekinesia existiera, las ciudades volarían por los aires y los tiranos ya se habrían estrellado contra la troposfera dejando una estela de billetes de dólar, (dólar/dolor). El caso es que estaba yo estudiando la figura de Prometeo como icono del sadomasoquismo más recalcitrante y prefiguración del Adán expulsado del Edén, cuando Smeralda y Tony me rescatan de mi libresca vía dolorosa. El plan no puede ser más rabiosamente superficial, Fangoria, con Alaska al frente, acompañada por la vedette travestida "La Prohibida", y teloneada por su marido Mario Vaquerizo y las Nancys Rubias, inauguran gira en un conocido coso avilesino. ¡Hum! Una maravillosa oportunidad de rodearme de fetichistas varios, devotos del bondage, rubias encorsetadas, morenas ilusorias, tacones imposibles, rimel a granel, plumas y laca. Ideal para mi tesis.

Quien opine que el plan era casposo desconoce que la caspa de nuestros días se llama coca y se consume en un ritual escatológico y autodestructivo, entre el perfume de urea de los inexcusables excusados. Tras la píldora moral de un alérgico al polvo, tres trazos de lo que allí se vio. La simulación está sustituyendo poco a poco al arte, como los cineastas de la heroica escuela de Moscú que filmaban sin película por no tener un rublo. Vaquerizo y sus nancys no tocan, trasladan el karaoke sabatino y andrógino de sus soireés particulares a los escenarios periféricos honrados con la confianza.

Miento, la única chica de la banda, cuñada de Alaska, y que parece un ángel caído de una pesadilla de Vladimir Nabokov, si toca de verdad el triángulo, aunque no parece muy virtuosa.

Veo entre el público a mi viejo amigo Luis que acaba de dejar discos Dro después de catorce años de brega y ha fichado por Subterfuge. Me cuenta que Esta Noche Tampoco, el grupo del que fui bajista a principios de los 90 figurará próximamente en un recopilatorio. Sale Olvido Gara, en plan estrellona. Una plataforma giratoria la muestra como a una alhaja, un auténtico icono en directo, la Lola Flores de mi generación a la que, exceptuando un día en ARCO, no veía desde los tiempos de Kaka de Luxe, cuando ambos teníamos quince años y apenas le sacábamos tres posturas a la guitarra.

El kama-sutra vendría luego. Un paroxismo de lentejuelas, traseros al aire y promesas de vicio eterno. Lo ultrafemenino llevado a su máximo esplendor por La Prohibida, de soltera Débora Ombres, que demuestra que los varones cuando hacemos de mujer eclipsamos a la más. Al final un par de besos y los mejores deseos de la diva.

Al día siguiente sigue el rastreo del fetiche en la pintura rococó francesa, esta vez el que llama es Antonio Forascepi, organizador de la Kopa Amerika (Gijón-Lastres). Me cuenta que necesitan mi voz para grabar el himno de la prueba, quieren que cante una estrofa y también coree el estribillo "qué importa vencer si el mar vamos a beber", le digo que sí y que probablemente participe como tripulante en un barco.

Por la noche actúan unos viejos conocidos, la Fundación Tony Manero, en el vetusto Parque del Piles, con su vieja bola de espejos presidiendo el baile como un exvoto sagrado. Nunca desperdicio la oportunidad de visitar de nuevo esta vieja bombonera en la que tantas veces toqué y otras tantas engañé al sueño aguardando el eterno milagro de la noche.

Paquito Superstar canta su hit "No more chico encantador", lástima no haberlo sabido antes. Su último disco es fresco y rotundo como un tsunami. Espero a Paquito, tan encantador como siempre a pesar de su canción.

-¿Le pasa algo a Deliciossa Smith (el bajista de la banda) le he visto muy serio?

-Para nada, es que el nuevo disco es muy difícil de tocar y tiene que estar muy concentrado.

Al salir me encuentro a Iñás del Riego, institución de la noche y tataranieto del militar liberal tinetense, orinando en uno de los pocos prados que quedan en la Ería del Piles.

-Ten cuidado, no te vayas a ortigar.

-Gracias, pero no la tengo tan grande.

Iñás hace años me bautizó con uno de los apodos a los que tengo más cariño, el bipolar y antinómico "intelectual cachas". Me llama una amiga, "el Papa ha muerto".

Se lo grito a Iñás que me contesta: "Esta noche nos emborracharemos por su eterno descanso".

El colegio de curas siempre se acaba notando.

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Feliz semana de pasión

Voy al allí donde la nada hace camino con sus arrugas de edad imposible. Me retiro del mundo y sus zozobras. Las lisonjas de un porvenir lejos de la luz me empujan a la ruta. Abandono la tierra media hacia la tierra alta. Me haré amigo de los lares viales, elfos y penates, de los descamisados que apuran el don simón de un presente sin futuro. Predicaré la lujuria siendo casto y el despilfarro de la vida en el púlpito de la contención. Hablaré del color desde la oscuridad y del dolor desde la alegría. Seré retórico y filantrópico, colega de pájaros y arcenes. Hablaré a los vagamundos de los arrabales con palabras dormidas. Despertaré a los mismos santos en sus sepulcros y limpiaré sus heridas con lágrimas de júbilo.

No me llames cuaderno de bitácora porque caí en la red, por aprovechar las ventanas de Guillermo Puertas, por ser biznieto de la imprenta y sobrino de la incomunicación. Llámame llama porque soy de fuego, llámame aire por vivir sin dueño.

No marco rumbo alguno porque no vendo. Nadie compra un lunático recreativo, pero algunos se colaron por error en mi campo de asteroides, pido perdón por los rasguños involuntarios, son más fruto de la ausencia de gravedad que de la intención.

Solo rezo descalzo ante un altar pagano, y me atrevo a decir:

"Noche de vigilia
me hundo en tu regazo colorido
por la luz apenas percibida.

Mamo de tu pulida negrura la energía,
late del abismo
volcánica sima.
El humo se esfuma,
los paréntesis se cierran,
pero siempre estarás tú, hermana libertina,
cómplice en la ruta,
envuelta de soledad y placer,
almohadillado aposento del que vigila.

Noche de vigilia
me hundo en tu regazo colorido
por la luz apenas percibida".

Feliz semana de pasión.

Mr. Jones.

(Foto del rodaje de "La Puerta del Cielo")

 

 

 

 

 

 

 

 

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El hombre que susurraba a los caballos

Todos los caballos nacen en primavera, son como flores correteando por los prados celebrando la vida recién estrenada.

Kabúl nació en el Sueve, entre las praderas jugosas ligeramente salinas por la cercanía del mar. Él era una sombra más dentro de una manada medio invisible entre la niebla.

Un desdichado día, tres hombres de ropas remendadas, teñidas de sudor y mahón, llegaron a la majada. Cuando un lazo atenazó su cuello supo que la primera parte de su vida había terminado. El áspero roce del cáñamo en el lomo fue su primer dolor, nada comparado con lo que sufriría luego.

Aquel domingo había mucha gente, Kabúl nunca había visto tanta. Otros caballos, algunos muy viejos, de cuartos traseros huesudos y mirada gris. Estaban las vacas, gallinas y pollos, y gente, mucha gente vociferando. Era la feria.

Un hombre gordo le miró los dientes y le metió en un camión destartalado. Le habían comprado. Curvas y curvas sin ver nada y al final un lóbrego túnel y una vagoneta de carbón. Palos, trabajo y sudor entre el polvo y la humedad. Y así durante seis años.

Pero dentro de él había algo especial, una llama de casta, de pureza genética. Un don primordial que le hacía distinto a los demás caballos del chamizo minero, que incluso le distinguía del resto de los caballos de la comarca.

Un día la pequeña mina dejó de ser rentable y Kabúl fue vendido. A pesar de que ya no era un caballo joven Monchu lo compró, para pasear a los turistas que acudían a Cabrales.

De esto hace más de diez años. En aquellos días me encargaron un reportaje sobre Asturias. Nunca había montado en la vida, pero conocí a Kabúl. Con él lo difícil era fácil. Cabalgamos desde Carreña a Inguanzo a través del monte, trotamos, galopamos e incluso bajamos derrapando por una vaguada. No me pude sentar en una semana, pero aquel bichito de olor intenso y media luna en la frente me robó el corazón. Así que cuando Monchu me llamó para decirme que estaba en venta sus palabras me sonaron a música. Eran cien mil que no tenía, le entregué la mitad, hice un porte hasta Córdoba con mi furgo y conseguí la cuarta parte, el resto lo arreglé desprendiéndome de mi cámara Zenith, ideal para un jinete por su probada dureza. Cerramos la venta en el Avalón, él me invito y me contó que ese café que me tomaría se llamaba "la robla" y sellaba el trato para siempre.

Luego hubo que hacerle una cuadra en la casita de guardavías y fue mi madre la que se hizo cargo, camelada por el caballito de espesas pestañas que la miraba con chulería con un único ojo, el otro siempre oculto por el crespo flequillo. Busqué después un herrero, aprendí a cepillarlo, limpiarle los pies, interpretar sus gestos, sobresaltado cuando estaba echado o cuando se tocaba el vientre con la pata. Me dijeron que un cólico acabaría con él en un santiamén y yo, consciente de sus años, procuraba dedicarle toda la atención posible. Él me lo devolvió todo con creces. Pronto deseché la silla de motar e incluso el bocado, lo hacíamos a pelo, éramos sólo uno, como un centauro feliz y rozagante. Fueron tres meses muy felices. Kabúl era la monda, siempre se adelantaba a mis deseos, incluso satisfacía mi vanidad, cuando delante de unas visitas me sorprendí haciendo una cabriola. Pocas veces me he sentido tan especial, como un Alejandro a lomos de Bucéfalo.

Un día se puso enfermo. Tenía tanta fiebre que era como una estufa con patas, con escalofríos y tiritando como un niño. Le fui poniendo una a una todas las mantas que tenía en casa y una a una las empapaba de sudor. Le acerqué a la casa, con el hocico metido dentro de la ventana del salón. Le puse música y así fue pasando la noche hasta que, a las seis de la mañana, me acerqué a la cabina más próxima para llamar al veterinario. Cuando regresé Kabúl pareció alegrarse al verme, fue como si disimulara. Hizo que le llevara hasta la carretera, justo como hacíamos cuando salíamos a montar, evitando la pronunciada cuesta que llega a mi casa para no fatigarle innecesariamente. Luego dimos la vuelta y esperamos tranquilamente al veterinario.

Cuando llegó, su semblante no dejaba lugar a dudas. Me dijo que lo único que podía hacer era ponerle una inyección de morfina para mitigar su dolor. Fue a buscar las cosas al coche y yo me quedé acariciando su hocico. Fueron sólo unos minutos pero me dio tiempo a repasar todo lo que habíamos vivido juntos. Después del pinchazo Kabúl se desplomó a mis pies, me miró por última vez como pidiéndome perdón por morirse y entonces saltó como un resorte rodando finca abajo, rebotó contra un muro y terminó a doscientos metros de nosotros.

Amanecía, y la muerte nos azotó como el sol directo a los ojos. Era un cuatro de julio de 1991.

La autopsia fue clara, Kabúl tenía un tumor incurable, sin embargo no murió por su causa. Murió fracturándose el cuello, se suicidó despeñándose. Me ahorró el dolor de su agonía y su orgullo se negó a que ninguna sustancia dulcificara su tránsito.

Ese día tuve que tragarme la pena y actuar en un pub de Gijón, show must go on.

Es increíble cómo el arte funciona como palanca de sentimientos. La historia del caballo Pilgrim activó todos mis recuerdos. Gracias a Robert Redford y a una jovencísima Scarlett Johanssen que demuestra los fundamentos de la que puede ser una de las mejores actrices del mundo.

Nicola Calipari, va por ti y por la Italia desconsolada que amamos.

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ARCO Y DINTEL

He vuelto a casa. Con la camisa por fuera y el pelo revuelto. Atrás quedó la tempestad. Hoy soy farero sin elogio, una bujía que orienta al viajero en la costa escarpada.

Estoy solo en un cálido refugio de guardavías. Custodiando el cambio de agujas de unos raíles sin uso, manteniéndolos engrasados para trenes futuros, arrancando las zarzas de las traviesas, silbando viejas canciones de ferroviario. Hosco y bondadoso con los extraños que me preguntan dónde llega la vía. Administrando el aburrimiento como llave del conocimiento. Espero a la niña que viene a conversar con el señalero. Toco mi campana cuando hay niebla y atizo la lumbre cuando llueve. Atisbo el camino de grava que lleva a mi cabaña por ver al cartero en su citroên, llenándome el buzón con recibos, invitaciones protocolarias, tentaciones comerciales. Seamos todos funcionarios - ¿quién guardaría entonces las vías muertas?, ¿quién haría sonar la campana y contaría las gotas del alfeizar de la ventana?, ¿quién quitaría la broza de los caminos menos transitados si todos supiéramos cada día lo que vamos a hacer el siguiente?

Los días van creciendo y con ellos mi alegría. Le sonrío al polvo y a las telarañas, a las castañas asadas de mis bolsillos, a la radio afónica, al cepillo de dientes y al pozo de brocal desconchado que restauraré en la primavera.

Le pedimos todo a la vida sin dejarla meter baza, yo solo la escucho, descifro sus silencios como risas, sus truenos y tormentas son consejos, la templada brisa es su caricia.

Me arropo con los libros, pensando en lo que quiero escribir y no en lo que alguien querrá leer: alquimia y mística, rama dorada, teoría y práctica de la magia, Federico II, los fantasmas de malta, temblor de cielo, la posada de Jamaica. Pamplinas, Henry Miller, don Juan y el tartufo, diccionario de euskera, diarios de Jovellanos.

Estudio francés a ratos, el teléfono es pisapapeles y el ordenador máquina de un tiempo que me pertenece. La cafetera susurra comercio justo, Miércoles, mi gato de ventana, pide un mimo.

No es tiempo de silencio sino de escucha, de interpretar el crujir de las ramas como presagios. El sonido de la ausencia como un anuncio del retoñar de la vida, del latir de la esperanza.

Pronto volveré a Londres, escogí un exilio de bolsillo para escaparme de un silencio que hoy ya es mi amigo y se hace música. El avión ya no cae en terreno baldío.

Oposité y gané el puesto de vigía, con mi bandera de tres colores, las cartucheras llenas de palabras, pintadas de guerra las razones.Ya no soy un yonki de emociones, me curé el mono, shock the monkey, renuncié a comportarme como un primate que espera cada día su banana.

El autobús me lleva al enorme pueblo manchego donde hace ya setenta años nació mi madre. No sé si bajar a Madrid puede considerarse un viaje. Me espera el arte disfrazado de oropel, las entrañas convertidas en pura epidermis.

En el altar de las apariencias posa la diosa de la incomunicación. Ciega de flashes nos brinda su perfil de alhaja. En el extrarradio, en un no-lugar que lo mismo sirve de morgue improvisada que de banco de pruebas para unos petarderos salvajes que nos imponen su tribalidad y que cuando no nos ahogan en sangre lo hacen con tinta.

Tantas palabras gastadas en razonar la locura y el patetismo más atrabiliario se reflejan como vidas paralelas en la tele-basura. Los medios equilibran la sinrazón con el cotilleo, y rellenan el resto de productos visuales americanos en los que carísimos decorados saltan por los aires para mayor gloria de la tribu occidental. Francamente, prefiero el deporte como un pelma sucedáneo de la guerra, que este paseo cotidiano y aleatorio por los linderos del terror con la chapela calada.

Tendrá la culpa el Antiguo Testamento, la escasa romanización euskaldún, o un estado de idiotez colectiva y hereditaria que aúpa a un mediocre y xenófobo escritor llamado Sabino Arana en el papel de Moisés de un pueblo elegido.

No me siento suficientemente español como para criticar nada pero me llama la atención la simultaneidad de dos acciones opuestas, el bombero y el incendiario. El homo pre-sapiens que pone bombas a falta de quijadas de burro y el inmigrante sin papeles que se abrasa por salvar a cinco semejantes.

Llegada a la feria ARCO, miradas de curiosidad por contemplar los límites de la imaginación y los de la vanidad de aquellos capaces de desembolsar grandes sumas por arrebatar fragmentos de creatividad ajena. Es en cierto modo un ballet. Todos tenemos un talón de aquiles o una laguna que llenar. Bailan los ricos a la pata coja, desequilibrados por el peso de su buchaca, con el arte que muestra sus carnes desnudas al mejor postor. Las obras, como papagayos multicolores que chapurrean lenguajes ininteligibles pasarán a ser esclavizadas piezas de colección, exquisito argumento para epatar en los salones del poder. Nadie propone un cambio puesto que todos conocemos de la naturaleza efímera de las cosas y que los cambios dejan muy pronto de ser nuevos, que cada vanguardia encuentra rápidamente su acomodo. Acumula, genera excedentes que llenan su barriga: adjetivos adulones, acólitos obedientes, adquisiciones museísticas y ropa de marca. Así, marcados, los artistas pululan entre luminarias cenitales, puliendo sus genitales (sensu estricto su capacidad para generar nuevos artefactos para el que pueda pagar). Todo ello embadurnado de un tinte cultural que por una vez abre los telediarios en vez de cerrarlos (con permiso de los chicos de las bombas). Y digo yo, puestos a hacer una feria ¿por qué no seguir sus reglas? Yo propondría un sorteo. Que con el número de la entrada pudieras tener la ilusión de que te tocará una estampita de Picasso o una obraza de Bacon. Y qué decir de las instalaciones, ¿cabría alguna de ellas en los salones de una familia media? ¿Cómo cambiaría la vida de los afortunados? Si te toca dinero todos sabemos quienes están encantados de guardártelo pero yo pienso en que mi vida sería diferente tropezando cada día con la cabeza en un móvil de Calder, o en mi paranoia pensando en que alguien pueda entrar en mi casita de guardavías y arrebatarme mi tesoro.

Un estudio recientemente publicado (americano por cierto, son los únicos que tienen pasta para chorradas) revela que un 20% de los que perciben una gran suma de dinero de forma imprevista retornan en poco tiempo a su situación económica anterior.

¿Qué pasaría entonces con estos afortunados que ganarían una pieza de firma? Tal vez mudarían su afición en codicia y la venderían sin mayor acuerdo, quizás alguno la retendría contra viento y marea, litigarían por ella en caso de divorcio.

-Manolo, pídeme lo que quieras menos el Barceló, si tú te creías que lo que me había tocado era una botella de ron cubano, so cafre.

Pinky y su pandilla lo tienen claro. Envuelta en su abrigo color chicle, con manoletinas en vez de taconazos por culpa de una tendinitis reparte pegatinas con su mejor sonrisa, ASCO es su slogan acompañando el logotipo oficial. Quedamos para luego, en Artepólis, allí se estrena la editorial AMARGORD, con libros que evocan un resentimiento alegre sobre la vida, el arte y sus cosas. Allí conozco a Paola León, una talentosa muralista que ha llenado de color las urbanizaciones más pijas de Pozuelo. Paola Vegana se muda a Pravia porque van a construir pisos en su huerto biológico, supongo que nos visitaremos alguna noche de plenilunio para hacer una limpia. Luego toca boda, en el salón de columnas del Círculo de Bellas Artes se desposa una española con una inmigrante. La ñ castiza y la x mexicana se casan después de un noviazgo fugaz. El diseñador azteca Ulises Culebro oficia los esponsales, a los platos los mejores djs de Chihuahua, que mezclan los acordes de los narcocorridos con lo último en música electrónica, luz y color. Personajes en zancos representan la comunión de las dos culturas. Altadis pone el vino. Madrid se convierte una vez más en la corte de los milagros, con marquesas beodas y brasileñas de paso platicando en la barra, artistas multimedia mejicanas residentes en Suiza bailando como posesas. Lo Cortés no quita lo valiente y la serpiente emplumada y la virgen de Guadalupe se hermanan con el toro y la Blanca Paloma.

Al día siguiente cóctel en el Reina Sofía, la ministra de cultura no apareció (por la tele daban Donde estás corazón) pero nadie la echó en falta, perfumados por el aroma del jamón de pata negra, el manchego y las margaritas a cuenta del erario público. Toda la nomenclatura de la cultura oficial y las bellas artes. Faltaban todos los que prefirieron quedarse en casa escribiendo o pintando. La excusa era la presentación de los nuevos valores de las artes plásticas mejicanas. Sable está decepcionada con la muestra. A mí me gustaron algunas obras. La videoartista Claudia Fernández practica el fetichismo de pie con una cabra. El animal con su críptico cortejo representa el papel del ser amado ausente, poniendo de manifiesto lo absurdo de la vida sin amor. Verena Grimm muestra viejas películas de la marina mejicana, un cuerpo militar sin una función concreta que ocupan su tiempo en maniobras absurdas y en pasear con sus jerseys de rayas como el Querelle de Cocteau por las calles de Brest. Para mí la armada mejicana es una parábola de la inutilidad última del arte.

Rubén Ortiz Torres presenta el video Alien Toy, en el que acusa al automóvil norteamericano como responsable del alienado afán de poseer del occidental. Chatarra al servicio del mensaje conceptual.

Miguel Calderón expone su Ridiculum Vitae en forma de enorme alfombra, pisada por los visitantes. En ella aparecen las fechas y lugares de hipotéticos cursos y exposiciones.

Me hace gracia la que titula "Historia Artificial” que se desarrolla en el Museo de Historia Natural de Méjico. Suavemente provocativo.

Me encuentro con una compañera de promoción de rigurosa pamela y sonrisa perlada. No es para menos, acaba de entrar en Sotheby´s, y no precisamente de visita. Menos mal que alguien promocionó realmente.

Luego el cumple de Silvia con lo más lindo de la colonia venezolana en Madrid. Lourdes la maravillosa heroína de culebrón de La muñeca de trapo, me examina como bailarín de salsa con la mejor calificación. Un productor caraqueño, un porteño con abuelos gijoneses, un agente del servicio secreto del reino de España (je, je te pillé Anacleto), y un ron exquisito endulzan la madrugada. Mañana, último día.

Quizás suceda un milagro.

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Sinopsis cortometraje
A principios de septiembre

Fran se creía dueño de su destino, pero a la vida no le gusta que le den las cosas por ciertas.

Con su brillante camisa azul turquesa apostó todo al rojo y perdió. Su mundo se desmoronó como un castillo de paja.

En sólo tres letras en sobre lacrado se terminó el amor y la amistad. Como único consuelo una sábana para enjuagar las lágrimas y la inocencia de un muchacho que le recuerda que él también lo fue, y que cada día amanece, incluso para los corazones rotos.

A veces la existencia sólo se endereza después de torcerse del todo, y encontramos el verdadero camino únicamente después de estar absolutamente perdidos.

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¡Feliz 2005!

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